Mi primer director de prensa me vio una mañana incapaz de decidir los contenidos para la portada de periódico en el que trabajaba. Qué te pasa, me preguntó. No encuentro la noticia, le dije. En ese momento me dio una moneda de cien pesetas y me dijo que me bajara al bar. Ya he desayunado, respondí. Lo imagino, pero allí encontrarás la respuesta.
Ahora el mayor bar que existe es Twitter, pero es un bar en el que no sirven copas y no se escuchan tragaperras. Eso sí, está lleno de popes que pontifican y analistas de carajillo. Me divierte y me cabrea a partes iguales. La dictadura del hashtag obliga a muchos a hacerse los interesantes para verse retuiteados con mucho altavoz. La dictadura del hashtag hace que los políticos creen campañas en la red. La dictadura del hahstag hace que muchos comenten programas de televisión. La dictadura del hashtag invita a criticar al cabeza de turco de turno en plan Fuenteovejuna. Y en esa dictadura nos creemos que está la vida.
Resulta que mientras el coro de tigres y leones azuzaba el debate megadecisivo, mi padre -cabreado porque no echaban El Intermedio- me dijo: qué es eso del hashtag que repiten todo el rato. No supe responder. El hombre ha sobrevivido a varios accidentes, cirugías nefastas, atropellos, infecciones y tres veces hemos preparado la mortaja. A todo ha sobrevivido. Es un camionero fuerte, duro de emociones y de pocas palabras. Ha visto gobiernos, sindicatos y muchas elecciones. Sigue votando y lo hace convencido. Pero, oh, pardiez, no sabe lo que es el hashtag. Y ahora, listos, diréis que es por la edad. No, más allá de Twitter hay vida y también votantes. He hecho repaso y ninguno de mis amigos con trabajo y casa andan por la red. Ninguno se suma a los trendingtopic y pasan absolutamente del resultado tuitero. Hablo de arquitectos, ingenieros informáticos, profesores, gestores de fundaciones, diseñadores web, actores, directivos de banca, guías turísticos o médicos neurocirujanos. Ninguno está en la red. Todos votan. Añado, todos votan también.
Así que mi padre, el hombre de los mil accidentes que hace en estos momentos crucigramas sin hashtag tampoco anda desencaminado. Ni mi madre, ni las amigas de mi madre que toman vino por las tardes en la cafetería Los Ángeles, ni la enfermera, ni la señora que limpia, ni mi prima, ni su marido, ni mis tíos… ¿sigo? Conozco a mas gente fuera que dentro de la dictadura. Gente libre, que opina en el café y que no sale representada en esas esquizofrénicas encuestas de "Twitter dice que".
Twitter no dice nada. Twitter es parcial. Twitter es un micromundo que parece gigantesco porque hay muchos usuarios y cuando hay algún drama, victoria o acontecimiento nos ponemos de acuerdo para opinar. Ya lo decía Mecano.
Y ahora, me voy al bar. Al de verdad.