Oficialmente hemos cruzado el ecuador de la campaña electoral. De hecho, llevamos un año entero en campaña con todo tipo de comicios que han ido señalando tendencias tan solo parciales pues el voto en las generales suele mostrar conductas diferentes a las demás. Dicho en otras palabras, le gente se lo piensa dos veces porque hay mucho en juego no solo para los partidos sino para los electores. En este contexto la campaña oficial, después de una larguísima precampaña trufada de urnas y encuestas, puede asemejarse a un largo esprint en el que todos aceleran hasta el límite y donde, como ocurre en el ciclismo, se usan lanzadores (es decir, propuestas de última hora) y codos para no dejar pasar a los rivales o cerrarles el paso al borde del juego sucio. Lo único diferente es que no sabemos todavía si el que alce los brazos como vencedor final se llevará la gloria.
Salvo aquellas primeras y ya lejanas en el tiempo elecciones del 15 de junio de 1977, las primeras tras la dictadura, no asistíamos a otras con tantos partidos con posibilidades de sacar un número de escaños determinante para conformar gobierno o mayorías parlamentarias. Entonces AP y el PCE, aunque quedaron finalmente bastante marginados, esperaban obtener resultados cercanos a los de la UCD y el PSOE, sus rivales ideológicos más cercanos. Ese escenario a cuatro que en 1977 algunos vaticinaban lleva trazos de convertirse en real con la emergencia de Ciudadanos y Podemos en el panorama. El fin o el recorte drástico del bipartidismo reinante desde la transición, salvo poco probable cataclismo, parece un hecho.
El explosivo cóctel de la crisis económica y la corrupción ha favorecido la insurgencia y los deseos de cambio por parte de extensos sectores de votantes para quienes PP y PSOE representan lo viejo y caduco. La autodenominada “nueva política” que representan Ciudadanos y Podemos ha sabido recoger desde distintos orígenes y planteamientos ese descontento popular, y han irrumpido con inaudita fuerza como opciones de gobierno. Desde el punto de vista de una campaña electoral, esto ha significado que el voto útil ahora tiene cuatro posibilidades en vez de dos, es decir, PP y PSOE han perdido el monopolio que tenían sobre él y que tantas veces han ejercitado. ¿Puede la ilusión ser el motor del voto útil y dirigirlo a las formaciones nuevas que mejor lo representan?
Otro efecto destacable ha sido la conversión de la campaña en un intenso fuego cruzado entre los cuatro principales partidos. Los disparos provienen desde diversas posiciones y los argumentarios tienen que atender a muchas más críticas o a muchas más propuestas que antaño. ¿Quién es rival de quién?, es la gran pregunta que nos podemos hacer. O estas otras como consecuencia: ¿quién es el que nos puede hacer más daño?, ¿hacia quién debemos dirigir preferentemente nuestra munición? Este panorama tan incierto ha convertido, sin duda, estas elecciones en las más interesantes después de aquellas primeras de 1977.
De algún modo, el eje principal de la campaña de cara al votante, y también de la larga precampaña anterior, se ha situado en el dilema entre ilusión o seguridad; entre la ilusión que encarnan Rivera e Iglesias, y la seguridad que por historia emana de los partidos tradicionales de Rajoy y Sánchez. “Con ilusión” es precisamente el eslogan escogido por Ciudadanos. El de Podemos incide también en los aspectos de cercanía al votante: “Un país contigo”. Frente a ellos, los de PP y PSOE son más clasicones: “España en serio”, “Un futuro para la mayoría”. Los primeros apelan a las emociones, los segundos más a la razón. La gran pregunta, la que acabará decidiendo en las urnas el futuro del país en los próximos cuatro años, es cuál de los dos impulsos primará en el ánimo de los españoles llamados a las urnas: lo malo conocido o lo bueno por conocer; con perdón por la injusta simplificación maniquea realizada, pero así se entiende lo que circula seguramente por la cabeza de ese cuarenta por ciento de indecisos.
Debido al alto nivel de indecisión, la televisión y las encuestas están jugando un papel más importante que en anteriores comicios.
Todos estos nuevos contextos están propiciando una campaña distinta, que no se ha centrado solo en atacar las propuestas de los rivales sino en criticar las supuestas posibles alianzas posteriores de unos con otros para formar mayorías de gobierno. Al ser hipotéticamente varias estas opciones, el fuego cruzado, las asimilaciones de unos con otros, las acusaciones de complicidad encubierta, los reduccionismos ideológico-políticos como forma de descalificación han sido, y seguirán siéndolo la semana que queda, frecuentes. La inducción al miedo como táctica, no seamos ingenuos, es un arma que siempre se ha utilizado en campaña, si bien esta vez se está empleando no sólo hacia un partido sino hacia posibles alianzas.
Debido al alto nivel de indecisión, la televisión (ojo, no he dicho los debates televisivos) y las encuestas están jugando un papel más importante que en anteriores comicios. La tele sigue siendo el medio masivo por excelencia por muchas redes sociales que existan, y por ella han pasado en todo tipo de formatos los principales líderes políticos. Sólo Rajoy ha esquivado, veremos si con resultado positivo o no, los debates. Su cara a cara con Sánchez corre el riesgo de parecer un debate rancio, con buena parte del electorado pensando que ambos no son representativos de la España real. El componente “espectacular” de la política se ha acentuado a través de la pantalla, y manejar bien esos registros hoy en día se antoja casi indispensable. Por su parte, las sondeos de opinión e intención de voto han marcado también el ritmo porque, además de la volatilidad del voto, se ha producido una volatilidad de las encuestas debido a los diferentes resultados que han ofrecido, añadiendo así más factores para la incertidumbre.
Volviendo al símil ciclista, empieza la semana de apretar los dientes en el esprint final. Todo puede pasar porque todos los favoritos están en un paquete. El oficio y la experiencia de Rajoy, que es un grado, puede jugar a su favor en algunos sectores aunque difícil es que se lleve los votos de la ilusión: puede ganar el “maillot blanco” de la regularidad. Rivera ha tenido muy buenos lanzadores y, aunque no consiga la victoria, puede llevarse el “maillot naranja” de la montaña pues ha realizado una escalada histórica. Iglesias, oliendo a remontada según repite con sus corifeos, puede vestirse con el “maillot morado” de la combatividad. ¿Y Pedro Sánchez? Muchos le dan por descolgado porque su cadencia de pedaleo ha disminuido, pero no va a llegar fuera de control ni mucho menos: simplemente se trata de un corredor joven con una bicicleta más vieja. Eso sí, el “maillot amarillo” de vencedor final se dirimirá no bajo una pancarta de fin de etapa sino en una pista cerrada en forma de hemiciclo: el del Congreso de los Diputados.
***Carlos Barrera es profesor titular de Medios de Comunicación y Política en la Universidad de Navarra.
*** Ilustración: Jon G. Balenciaga.