Ochenta de trescientos veinte. Ese es el número de alumnos que han enfermado de varicela en las últimas dos semanas en la escuela de primaria Brunswick North West, de Melbourne. La escuela presume de su política tolerante hacia los padres que se niegan a vacunar a sus hijos e incluso envía cartas al resto para pedirles que “interactúen respetuosamente” entre ellos. El porcentaje de niños vacunados en la escuela es del 73.2% comparado con el 92% de su distrito.
La varicela no es una enfermedad excesivamente grave para un niño y son raros los casos que acaban con la muerte del enfermo. Sí lo es si el afectado tiene menos de cuatro años o más de catorce. La mortalidad de la varicela en España oscila entre cuatro y catorce individuos al año y el 80% de esos muertos son mayores de catorce años.
Tampoco el sarampión es una enfermedad excesivamente grave, pero algunas personas mueren de sarampión (concretamente veinte de cada cien mil enfermos). El 10% de los enfermos sufren efectos colaterales, como infecciones de oído o de pecho. La hija de Roald Dahl enfermó en 1962 de sarampión y murió a los pocos días por encefalitis. La carta en la que el escritor pedía que los padres vacunen a sus hijos se convirtió en una fenómeno viral hace apenas unos meses.
Lo más sorprendente del brote de varicela en la escuela Brunswick North West han sido algunas de las reacciones de los padres afectados, que pueden leerse en este artículo del diario The Age. Una de las madres, Meaghan Ward, ha dicho que preferiría que todos los niños estuvieran vacunados pero que las escuelas no deben discriminar (es decir prohibir la matriculación) a los niños que no lo estén. Otra de las madres, Rachel Berman, ha dicho que la decisión de vacunar o no a los niños “corresponde a los padres”.
Como en todos aquellos casos en los que una creencia irracional tiene efectos colaterales en terceros, el problema no es tanto del fanático supersticioso como de ese tercero que acepta la situación con una mueca de resignación y en nombre de la tolerancia. El derecho a la ignorancia no está reconocido por la Constitución pero no veo de qué manera podríamos exigirle a nadie que se alfabetizara a la fuerza. Lo que sí se puede hacer es empezar a diseñar y publicitar un concepto de tolerancia que no socave el instinto de supervivencia y del que sean destinatarios aquellos que sí vacunan a sus hijos pero que responden a una epidemia de varicela con exquisito respeto por el criminal.
Entre el padre infanticida por convencimiento y el padre infanticida por bobalicón van los niños arreados.