La gran historia de esta campaña es la de Pedro Sánchez porque, como ocurre en las grandes historias, es un personaje sometido a la incertidumbre. Si todo sigue el guion previsto, el 20 de diciembre él será el único derrotado y su partido quedará abocado a la refundación y al susanato. El día del debate a cuatro se escenificó bien cuál sería la condición del candidato Sánchez: degradado por la estrategia electoral del Partido Popular y canibalizado por Podemos a la izquierda y Ciudadanos a la derecha. A la campaña de Rajoy -con sus bertines y sus brincos, sus promesas para ancianos y sus autoparodias hípster- le ocurre lo mismo que Mark Twain decía de la música de Wagner: "Es mejor de lo que suena".
Alfredo Pérez Rubalcaba, que algo sabe de estrategias retorcidas, lo describió con precisión en El País. "¿Cuál es la trampa del PP? Hacerlos competir no por derrotar a Rajoy sino por derrotar a Pedro Sánchez. ¿Por qué no va Rajoy a los debates? Porque no yendo, plantea un debate entre segundos (…) ¿Pagará caro Rajoy no haber ido a los debates? No pagará nada. Seamos sinceros".
Tiene razón Sánchez cuando dice que a él jamás le perdonarían lo que a Pablo Iglesias -el derecho de autodeterminación, los gimoteos a la muerte de Chávez, las insidias de Monedero, los suicidas con causa de Urbán, el pacto con Bildu, este vídeo, este otro y éste- pero hasta esa justificación le degrada. Quejarse de que la opinión publicada te exija más que a un tipo incapaz de anudarse una corbata no es una actitud ganadora. Un penaldo de libro.
A Sánchez le queda todavía la bala de plata del cara a cara con Rajoy. En ese debate hablará desde un lugar que hasta ahora no ha frecuentado, el de alternativa de gobierno. A causa de sus frecuentes lapsus lisérgicos tendemos a subestimar al Rajoy debatiente. Que yo recuerde, salió bien parado de los choques electorales con Rubalcaba y con Zapatero, y siempre se desenvolvió bien en las refriegas parlamentarias. A Sánchez no le basta con ganar, tiene que vencer de una forma tan aplastante que nadie piense en la ucronía: "Iglesias o Rivera habrían destrozado a Rajoy".
De todas las historias de la campaña sin duda la más triste es la del candidato socialista, porque termina mal. Cuando todos habíamos asumido que el umbral del fracaso para él estaba en los 100 escaños, Pedro Sánchez dobló la apuesta: "Si no gana el PSOE, para mí será un fracaso". Es una frase que sabe a cianuro. Suicidio asistido.