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. Carlos Rodríguez Casado

Opinión Libro primero, camino del 36

La detención de los atracadores

(17 de diciembre de 1935, martes)

17 diciembre, 2015 01:11

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El coche celular tenía un angosto pasillito en el centro y pequeñas celdas a ambos lados, con puertezuelas de barrotes. No había más ventanilla que la de la puerta trasera. Al abrirse esta para el último preso, Josep Pla, desde la calle, pudo ver dentro a un puñado de hombres, entre ellos Ramón el Gallego, Chavito y el más famoso de los atracadores, el apodado Lenin pese a ser un célebre anarquista. A todos se les había interrogado durante dos días en los locales que ocupaba la brigada del comisario Lino en la Dirección General de Seguridad, en Gobernación. 

-¿Dónde los llevan?

-Una vez que ya los han interrogado el juez y el comisario, de aquí derechitos a la Cárcel Modelo.

El guardia, uno de los que protegían la entrada del edificio, se mostraba orgulloso. En apenas quince días habían resuelto aquel importante caso con la detención de unos implicados a los que habían ido cazando, uno tras otro, el pasado fin de semana. A Ramón Fernández Cortina, hermano de un extremista emigrado a Rusia, se le detuvo en casa de su cuñada en la calle Covadonga, barriada de Ventas del Espíritu Santo. A ella la localizaron el sábado. En una vieja maleta se encontró medio millón de pesetas en fajos de billetes de cinco mil pesetas, del Banco de España, sujetos con gomas. El recuento se hizo, por deseo expreso del comisario Lino, en presencia de la Guardia Civil de Ventas. Solo se había utilizado una pequeña cantidad. El domingo por la mañana pasó Ramón a por el dinero. Iba acompañado por dos individuos y uno permaneció abajo vigilando. Todos fueron detenidos y se supo que Ramón, al que llamaban el Gallego, de veinticinco años, vaquero de profesión y dirigente del sindicato de dependientes de vaquerías, había sido detenido en su momento por el asesinato de un patrono en el puente de Vallecas. El mismo domingo también se detuvo a Lenin y a un par de compinches, en una casa de huéspedes de la avenida Raimundo Fernández Villaverde.

Se encontró en el piso de la novia de uno de ellos, en una buhardilla de la Cava Baja, dentro de una garrafa de vidrio, veinte mil pesetas en billetes de a ciento, y en el domicilio de otro, en Vallecas, diez mil duros, amén de otras cien mil pesetas escondidas en un hueco de la cocina, disimulado detrás de un ladrillo. Por último, en un sótano alquilado en Raimundo Fernández Villaverde, se incautaron una pistola ametralladora con trece peines de diez cápsulas, cuatro pistolas modernas y un revólver, las armas empleadas durante el atraco. Había asimismo una máquina multicopista, con la que los detenidos imprimían circulares de carácter extremista.

El Chavito había sido localizado la madrugada del lunes, mientras dormía en un piso de Peña Grande, en la colonia de la Veguilla, barrio de las Palomares. Chavito era vaquero y amigo de Ramón, el Gallego. Al interrogarlo el comisario Lino en la Dirección General de Seguridad, se había quejado de que sus compañeros no le hubiesen dejado dinero. El Gallego le entregaba cinco pesetas cada dos días y hasta el momento solo había recibido, por su participación, sesenta y cinco pesetas. Faltaba todavía un último personaje por detener, oriundo de Carabanchel, pero el caso, como estimó Pla, apostado entre más periodistas a las puertas de Gobernación, quedaba, por lo menos a ojos de la opinión pública, satisfactoriamente resuelto.

-Al que falta lo cogerán en breve. He oído decir a mis compañeros que lo tienen identificado –dijo el mismo guardia. El coche celular estaba a punto de arrancar y Pla observó por última vez a los presos, antes de que cerraran la puerta.

-¡Silencio! –ordenó un agente, de pie en el pasillo.

La puerta se cerró, y el coche se llevó su pasaje. En un corro cercano se comentaba que a la reunión de radicales de Lerroux solo había asistido la mitad de los convocados. La otra mitad, concluyó Pla, pronto estarían también en la cárcel. Era su destino natural.

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