Cuando España pasó de la dictadura a la democracia, el espíritu de la época era la búsqueda del consenso. Aquel Zeitgeist del 78, que diría el sociólogo Linz, era la socialdemocracia –ese Estado social constitucionalizado-, representado en un bipartidismo con una imperfección diseñada para que se oyera la voz de unos nacionalistas a los que se entregaban las autonomías. La ley D’Hondt se implantó para contener el pluralismo sin destruirlo. Y así ha sido, pero generando injusticias y paradojas, dado que esos nacionalistas han sido semileales o francamente desleales con el régimen que se construyó también para ellos, y que los partidos relevantes han entrado en un proceso de autodestrucción. Bien. Es evidente que ese Zeitgeist agoniza.
El consenso socialdemócrata ha llegado al punto de convertir el debate político en una discusión entre economistas, desideologizando a los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, que insisten en discusiones tecnócratas sobre el gasto social o la fiscalidad. Abandonada la Política con mayúsculas y el combate de los principios, entraron en escena partidos que, sin ser serios por su estructura endeble y su programa indefinido, como son Ciudadanos y Podemos, han cuajado. Lo tuvieron fácil porque nuestra democracia es ya una democracia sentimental. Infantilizada la política, sobre todo desde la época del gobierno Zapatero, y convertida en choque de emociones casi televisadas, el riesgo para la convivencia es inmenso.
El resultado del 20-D ha marcado el paso de un bipartidismo imperfecto a un pluralismo moderado
Si la política está polarizada en ideologías emocionales, esas que están marcadas por la enfermedad del populismo, como nos está pasando, es lógico que a los comicios se presenten partidos con modelos alternativos de sociedad, gobierno y Estado. Pero aún no está todo perdido. El resultado del 20-D ha marcado el paso de un bipartidismo imperfecto a un pluralismo moderado, que empuja, ateniéndonos a la experiencia europea de los últimos cien años, a la perspectiva de coaliciones alternantes. Esto era visible desde las europeas de 2014, pero la dirección de los partidos y sus estrategas lo desatendió. Aquí está uno de los errores de Ciudadanos: presentarse en la campaña electoral negando cualquier apoyo a la investidura de Rajoy o de Sánchez. Ante esta promesa, reiterada con fruición incomprensible por Albert Rivera, y que contradecía su eslogan de “Ilusión”, votar a C’s se convirtió en algo inútil. Esa ha sido, al contrario, la gran baza de Podemos: ilusionar con un gobierno alternativo de izquierdas, anticipando que se pasaría del turno bipartidista a las coaliciones turnantes.
El problema está en que la coalición de izquierdas tiene como eje precisamente a Podemos; una formación que quiere romper el régimen para profundizar en la “democracia social” y afirmar el carácter “plurinacional” de España. Curiosamente, esos dos términos proceden del Zeitgeist del 78, y sus embriones están en la Constitución. Este posicionamiento solo puede atraer a lo que queda de IU y a los secesionistas. El PSOE no puede caer en una coalición de este tipo, por mucho que tuviera tales socios en el pasado –el tripartito en Cataluña- y en el presente –en ayuntamientos y comunidades-. Es, por tanto, un doble problema que solo pasa porque el Partido Socialista recobre el protagonismo en el centro izquierda, y doblegue el rupturismo suicida de Podemos.
Los de Rivera no han entendido que el centro en España se construye con políticas, no se encarna en un partido
Pero la otra coalición que con el tiempo, y legislaturas, podrían formar el PP y Ciudadanos, no carece de dificultades. Fracasada la operación de C’s para convertirse en la nueva socialdemocracia española, homologable a lo más moderno de Europa, solo queda hoy ser el aliado insuficiente de un partido con el que coincide en las reglas básicas del juego constitucional. Los estrategas de Ciudadanos, con Rivera a la cabeza, no comprendieron en su día que en la sociedad española del Zeitgeist del 78 no cabía un partido de centro porque PP y PSOE tienden al centrismo, lógicamente, y los nacionalistas son transversales; es decir, no hay espacio suficiente. Los de Rivera no han entendido que el centro en España se construye con políticas, no se encarna en un partido. Y que equipararse a Adolfo Suárez, de pasado franquista, secretario general del Movimiento, y líder de un partido abortado, es un error. La horrenda campaña electoral le ha costado a Ciudadanos el ocupar en el Congreso el lugar que le correspondía, de segunda o tercera fuerza, que hubiera dado estabilidad al sistema.
Pero peor está el Partido Popular de Rajoy, que se empeñó en sostener un economicismo sin atractivo, socialdemócrata en esencia y formas, tecnócrata, anclado al Zeitgeist del 78, que necesita ya una refundación completa. Urge que salgan nuevos líderes, nuevo programa, nueva estrategia, con una organización abierta a la sociedad y a la militancia, y una mejor comunicación, a pesar de que la campaña electoral fue buena en términos técnicos. Y ha sido una pena, porque el electorado de centro derecha estaba deseando volver a votar al PP por ilusión, no por descarte, pero el gobierno de Rajoy no le ha dado motivos suficientes. La refundación del Partido Popular, algo frecuente en todos los grandes partidos europeos –no hay que alarmarse-, debe tener lugar cuanto antes.
El espíritu de la época, el Zeitgeist, está cambiando muy rápido. El turno del bipartidismo imperfecto ha muerto. Llega la alternancia de coaliciones. Incluso el gobierno a tres, con PP, PSOE y C’s, sería un episodio de esa transición. Veremos a dónde nos lleva.
***Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.
***Ilustración: Jon G. Balenciaga.