Al final el que ha ocupado “la centralidad del tablero” ha sido el PSOE: ahora todo depende de él, al menos hasta las elecciones próximas. Pero es una centralidad desquiciada: sin las virtudes de calma y comprensión y diálogo con sus vecinos de que se beneficia el centro. Se trata esta vez de un centro crispado, que no es un núcleo de serenidad que invita a quedarse y atraer, sino de tensiones que empujan a salir: un centro centrifugador.
La posición imposible del PSOE es la de España. Tenía razón Zapatero: “El PSOE es el partido que más se parece a España”. Tenía tanta razón, que cuando él mismo arruinó España arruinó también el PSOE. Aunque Zapatero, naturalmente, no fue más que un síntoma: había lo que había. Y hay lo que hay.
Las dificultades del PSOE –su muerte o casi muerte– se deben, sí, a su éxito: como todo Estado del bienestar, el nuestro es en buena medida socialdemócrata. Y lo sigue siendo gobierne quien gobierne. Puede variar el grado, se puede poner mayor o menor énfasis en las medidas sociales o puede haber incluso una política antisocialdemócrata: pero el marco en lo esencial es socialdemócrata.
Con el gobierno del PP, por ejemplo, el Estado del bienestar no se ha desmantelado en absoluto: se ha recortado e incluso deteriorado, pero no es lo mismo; y más que por el deseo de Rajoy ha sido por la imposición de la crisis. (Los extremistas que dicen que se ha desmantelado, por cierto, jamás lo defendieron cuando supuestamente no se había desmantelado: ellos estaban en otra cosa, en la higuera de la utopía o la revolución, menoscabando lo que añoran hoy).
Este desbordamiento, podríamos decir, del programa del PSOE más allá del partido ha hecho que nuestros socialistas hayan tenido que buscarse sus rasgos diferenciales en aspectos menores. Aspectos menores en la realidad, pero que en el mercado electoral deben pasar por mayores. Así, se ha construido ese monstruo, “la derecha”, con quien pactar ahora sería un pecado.
Esta es la posición imposible del PSOE, y de España: un falso dilema, de comprensión en origen y con efectos estéticos. Muchos españoles no comprenden que, gobierne quien gobierne, no hay nada más progresista que un Estado del bienestar, que un Estado de derecho que funcione. Y por esta incomprensión se ven feos, se autoperciben menos guays, si pactan con “la derecha”. No quieren verse en un frente impopular, aunque resulte de facto progresista.