El Papa Francisco ha pedido a los medios de comunicación que den más buenas noticias este año -como si se pudiera elegir- y que subrayen la bondad que hay en el mundo frente a la "arrogancia de la maldad". El Pontífice que dice allá donde va lo que su auditorio quiere oír entra así de lleno en uno de los viejos debates sobre el oficio. El Papa se decanta por la exposición de la bonhomía humana frente a quienes entienden que para el negocio, como estrategia comercial... bad news, good news.
El Papa se duele además de que los medios de comunicación sean "selectivos" -menuda cosa- y de que, habiendo en el mundo "una lucha entre Dios y el diablo", los periodistas nos entreguemos a saciar la morbosidad en lugar de contar "vidas de santos" porque "lo bueno no da audiencia".
Puede que Jorge Bergoglio crea esto que ha dicho o puede que también ahora haya optado por adecuar el mensaje a la atmósfera meliflua y coral de los tedeum. Es lo de menos. Lo realmente interesante es su consideración del periodismo no ya como una dialéctica entre el mundo y su representación sino como un ejercicio a capricho, según el cual lo que sucede es exclusivamente lo que se cuenta y difunde, de tal modo que lo conveniente es discriminar a voluntad para evitar que la verdad desagradable asome, para impedir el triunfo de Satanás.
El Papa no sólo parece subordinar los hechos a un relato arbitrario. También quiere convertir el mundo en una decisión editorial: una estrategia recurrente entre espadones y comerciantes de autoayuda. Su Santidad admite la consideración psicológica de la información y la vida cuando en su exposición advierte de esa gente que "todas las mañanas se lava los dientes con vinagre porque tiene el alma amarga".
La Iglesia es la principal y más importante ONG del mundo y no hay por qué dudar -ni en todo caso importa- de los sentimientos de piedad de Francisco. Pero este mensaje del Papa que quiere ser muy mediático y muy amable y un poco travieso es de una banalidad insufrible.
No es cosa de averiguar, por ejemplo, la catadura anímica de Carlos el Pasoslargos, o qué tipo de dentrífico o bicarbonato había en el palomar de Dos Hermanas en el que su familia lo confinó: una de esas historias sobrecogedoras que prueban que España es una unidad de desatino en el horror. Pero resulta irritante ver como el Papa ha adjuntado a su loable deseo para este año una regañina con tufo autoritari. Es muy contradictorio que Su Santidad arremeta contra los criterios selectivos de los medios de comunicación mientras pide que adopten el suyo, el de ese Bien con mayúsculas que huye y esconde la fealdad del mundo.