La modificación a conciencia de las clásicas cabalgatas de Reyes ha vuelto a generar controversia en las capitales gobernadas por coaliciones de izquierdas. En Madrid, Valencia o Cádiz, por citar tres ciudades del cambio, la introducción de novedades pintorescas en sus desfiles ha dado pie a duros cruces de acusaciones entre los partidos.
No todas las decisiones son injustificadas o arbitrarias. Pero la forma en que Manuela Carmena, Joan Ribó o Kichi han reconsiderado la celebración de la cabalgata de Reyes con fines principalmente propagandísticos produce una crispación innecesaria.
Ocurrencias doctrinarias
No es pues de extrañar el malestar de muchos vecinos ni que PP y Ciudadanos hayan tachado algunas de las medidas tomadas de "patochada" o incluso de "burla" deliberada de la tradición y de los valores que les dan sentido. Lamentablemente, el enfrentamiento ensombrece ya una celebración en la que los protagonistas deberían ser los niños, no los políticos y sus ocurrencias doctrinarias.
En Madrid, como en Cádiz, el furor animalista ha barrido de la cabalgata institucional la presencia de ocas, asnos y camellos; la caravana será precedida por un pelotón de bicicletas -icono de estos gobiernos que se dicen democratistas-; las carrozas tradicionales han dado paso a formulas inusitadas y, en algunos desfiles de la capital de España (hay uno por distrito), Melchor o Gaspar serán representados por mujeres. Lástima que al ser tres sea imposible perfeccionar la paridad.
Las personas con discapacidad, primero
Manuela Carmena y cualquier otro alcalde tienen derecho a cambiar el protocolo y el desarrollo de las Cabalgatas de Reyes en sus ciudades si lo creen oportuno. De hecho, en el caso de Madrid nos parece muy bien que el palco habitualmente reservado a los VIP se haya habilitado este martes para facilitar el acceso y el disfrute del desfile a personas con alguna discapacidad o problemas de movilidad. Es otro buen gesto de la alcaldesa tras su cena de Nochebuena en Cibeles.
Otra cosa es que el patrón de esos cambios sea un revisionismo ideologizado que da lugar a enfrentamientos gratuitos. La cuestión no es si una mujer puede hacer o no de rey mago, sino las excusas espurias con que se justifican estas decisiones muchas veces con la única intención de imponer la propia visión, con el mayor ruido posible, y sin renunciar a un afán excluyente que ha quedado patente en Madrid.
Veto ideológico a un colegio
De hecho, la decisión más controvertida de las adoptadas por el Ayuntamiento de Manuela Carmena ha sido impedir al Colegio Arenales -del Opus Dei- participar en la cabalgata de su distrito porque sigue un sistema docente de segregación de niños y niñas, lo que según la corporación municipal "fomenta la discriminación"; juicio de valor éste que no comparte la Unesco.
Se puede discutir sobre la eficacia de la separación educativa; también sobre si se deben subvencionar con conciertos a centros que la aplican: el Tribunal Supremo falló que no en dos sentencias en 2012. Pero es incomprensible e inadmisible que un Ayuntamiento decida excluir a centenares de alumnos de participar en la cabalgata de su distrito porque el partido en el poder difiere de esa metodología. El equipo de Gobierno ha dado a estos niños la posibilidad de integrarse en asociaciones de vecinos, pero ya han sido señalados y convertidos en paganos inocentes de una discriminación ideológica.
Una cabalgata de la Guerra Civil
Si esta decisión concreta del Ayuntamiento de Madrid sólo puede calificarse de arbitraria, el modo en que Joan Ribó ha amparado este domingo en Valencia la recuperación por parte de una asociación cultural de una cabalgata republicana de 1937 en la que las protagonistas eran las reinas Libertad, Igualdad y Fraternidad, solo puede tacharse de patética.
El alcalde de Compromís ha atribuido el respaldo institucional a esta performance en la necesidad de desarrollar una "política laica e inclusiva". Pero este pretexto no suaviza siquiera el absurdo sesgo que supone recuperar en pleno 2016 un desfile del siglo pasado concebido en medio de una guerra fratricida para distraer a los niños de los horrores de la contienda bélica.
Es indudable que la celebración del Día de Reyes o de la Navidad trasciende su dimensión genuinamente religiosa para formar parte del ámbito de las tradiciones, y que las tradiciones pueden evolucionar y cambiar. Pero estar en contra del maltrato animal, defender la igualdad entre hombres y mujeres, y apoyar de forma consecuente la laicidad del Estado no tiene nada que ver con utilizar todos estos valores como arietes para derribar caprichosamente los ritos y relatos que nos definen como sociedad, confundiendo además a los niños.