Hacienda somos todos. Menos Lorenzo Sanz, empresario y presidente del Real Madrid entre 1995 y el 2000. Todos somos Hacienda. Menos Dani Pedrosa, piloto de MotoGP ganador de tres títulos en el Campeonato del Mundo de Motociclismo en distintas categorías. Somos Hacienda todos. Menos el historiador y periodista César Vidal, cuyo último tocho publicado -en el momento de escribir estas líneas, supongo que a estas alturas ya habrán caído cinco o seis más- cuenta con un título de lo más acertado: El traje del emperador.
Hacienda somos todos. Menos Mario Conde, expresidente de Banesto y expresidiario. Todos somos Hacienda. Menos el picapleitos y también exrecluso José Emilio Rodríguez Menéndez. Somos Hacienda todos. Menos la mayor parte de los clubes de fútbol españoles, cuyo trato privilegiado y planes de saneamiento han alcanzado cotas de surrealismo dignas de estudio.
Hacienda somos todos. Menos los otros 4.880 deudores que, según la lista de morosos publicada recientemente por la Agencia Tributaria, acumulan deudas a las arcas públicas por más de 15.600 millones de euros.
Está bastante claro.
No cabe duda.
Hacienda no somos todos, sino tres o cuatro. Y, además, somos tontos.
Tontos. Tontos. Tontos. Tontos. O sea, tontos. Mientras tanto, en el Megapatio de Monipodio en que los pícaros y rufianes de turno han convertido la España de 2016, el resto de paganinis continuamos crucificados al madero de una nómina mientras miramos el lado brillante de la vida, en plan La vida de Brian, o, lo que es peor, seguimos encadenados a las elevadas cargas tributarias y cotizaciones sociales que los autónomos hemos de soportar.
Ser un autónomo español es sinónimo de autonomemo, de tonto de capirote, de freelance polivalente, de recaudador de impuestos forzoso, de contable pagafantas, por mucha tarifa plana (¿con final feliz?) que saquen de su chistera -es decir, impulsen- desde el Desgobierno de Rajoy. Para ejercer de autónomo en España, al contrario de lo que sucede en buena parte de los países de Europa, hay que estar dispuesto a soportar elevadas cargas tributarias y cotizaciones sociales. No en vano corre el rumor de que el autonomemo celtibérico tiene todas las papeletas para convertirse, trimestre tras trimestre, en el new superhéroe con domicilio fiscal en 13, Rue del Percebe y saco de kriptonita adosado a los bajos de su portátil.
El autónomo español nunca enferma, maneja cuestiones de fiscalidad sólo aptas para superdotados y se enfrenta, a pecho descubierto, a la supervillana cuota a la Seguridad Mensual.
Ni El Increíble Hulk emprozacado hasta el tuétano.