“Sean públicos los juicios y las pruebas de un delito para que la opinión, verdadero fundamento de la sociedad, imponga un freno a la fuerza y a las pasiones”. (Cesare de Beccaria. De los delitos y las penas)
Desde ayer varias cadenas de televisión y otros medios de comunicación –entre ellos EL ESPAÑOL– ofrecen las imágenes del juicio que se está celebrando en un polígono industrial –me pregunto si no habría un sitio mejor para la sede del tribunal–, de Palma de Mallorca, por el caso Nóos.
Ignoro los niveles de audiencia, pero si la prensa retransmite el juicio es porque la gente quiere contemplar el enjuiciamiento de los hechos y ver a sus protagonistas, sobre todo si entre los acusados se encuentra una infanta de España. De ahí la expectación levantada con más de 600 periodistas acreditados y un elevado número de personas haciendo cola desde primeras horas de la madrugada para acceder a la sala.
Las buenas acciones, como las violetas, se ocultan entre la yerba
Con la Constitución de 1978 la Justicia mudó su papel y, en no poca medida, también sus formas. Una de esas evoluciones ha sido el interés por lo que los tribunales hacen en sus salas de audiencia y raro es el día que no hay crónicas judiciales. Incluso da la impresión de que se cometen muchos más delitos que buenas acciones, aunque, como diría el gran jurista Carnelutti, lo que sucede es que los delitos se asemejan a las amapolas, que cuando hay una en el campo, todos se dan cuenta de ella, mientras que las buenas acciones, como las violetas, se ocultan entre la yerba.
“Las democracias mueren detrás de las puertas cerradas”. Con esta dura reprimenda, un tribunal federal de Cincinatti revocaba la decisión del Gobierno de EEUU de que los juicios de deportación de inmigrantes detenidos tras el atentado del 11-S fueran secretos. Los magistrados aseguraban que “cuando se cierran las puertas de la justicia, se está controlando de forma interesada la información que pertenece al pueblo”.
En materia de justicia la claridad no es únicamente de los hombres, sino también del proceso
Estoy plenamente de acuerdo. Un juicio es un acto público. Lo dice la Constitución en su artículo 120.1: “Las actuaciones judiciales serán públicas, con las excepciones que prevean las leyes de procedimiento”. Salvo que se trate de amparar derechos fundamentales, no existe, pues, razón alguna que impida a los medios televisivos informar del desarrollo de un juicio oral.
Son palabras del Tribunal Constitucional: “La imagen enriquece notablemente el contenido del mensaje que se dirige a la formación de una opinión pública libre”. (S.S. 56/2004 y 195/2005).
Ahora bien. Aunque la transparencia sea una de las premisas de la democracia, en materia de justicia la claridad no es únicamente de los hombres, sino también del proceso. En este sentido, un juicio televisado puede contener elementos perturbadores como, por ejemplo, el que los testigos, antes de prestar declaración, conozcan ya la que ha ofrecido el acusado u otro testigo, algo que infringe la ley –artículo 704 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal– cuando ordena que los testigos, hasta que sean llamados, han de permanecer sin comunicación.
Como decía Jiménez de Asúa, bajo el soplo violento de la opinión pública es difícil conservar la frialdad de ánimo
Digo esto pese a haber formado parte del tribunal que conoció del juicio sobre “el síndrome tóxico o de la colza” –año 1987– y que fue la primera vez que en España se autorizó la captación de imágenes en una sala de justicia.
Los juristas ingleses son contundentes cuando sostienen que “el interés del público y la libertad de expresión deben ceder ante la necesidad de no impedir o amenazar gravemente el curso de la Justicia” (The Athorney General versus News Group Newspapers Limad) y fue Jiménez de Asúa, uno de los genios de la ciencia penal española, quien en más de una ocasión advirtió que bajo el soplo violento de la opinión pública es difícil conservar la frialdad de ánimo.
Es verdad que esa posibilidad existe, lo mismo que existe la del juicio paralelo con el objetivo de suplantar al juez y, en definitiva, pronunciar el veredicto antes del fallo judicial.
Los casos 'célebres' son importantes no por su dimensión jurídica, sino por culpa de algo accidental que apela a los sentimientos y distorsiona el juicio
La devaluación del “buen derecho” es otro de los aspectos negativos de la justicia televisada. Los llamados casos “célebres” con personajes de “renombre” –las comillas las pongo adrede y en este caso vienen como anillo al dedo– son importantes no por su dimensión jurídica, sino por culpa de algo accidental que apela a los sentimientos y distorsiona el juicio.
Esta perversión de los juicios que algunos califican de “papel” y también de “pantalla” o de “plasma”, aparece en algunos pronunciamientos del Tribunal Supremo de los EEUU que declaran la nulidad de las actuaciones por violación del due process –derecho al proceso justo– al considerar que la publicidad masiva del juicio con abuso en el ejercicio de la libertad de expresión quebranta el derecho de defensa del acusado.
El drama de la justicia penal demanda soluciones reales, empezando por el recomendable silencio de los leguleyos
Esto por no hablar del acusado que ha estado expuesto al juicio de la opinión pública y que aun cuando resulte absuelto probablemente vivirá el resto de los años con la marca de un proscrito. Ningún interés general de informar llega a compensar los efectos destructivos que un juicio televisado puede tener para quien se sienta ante el estrado de la ciudadanía y luego es declarado inocente.
En este sentido, el drama de la justicia penal demanda soluciones reales, empezando por el recomendable silencio de los leguleyos y terminando con esos toques de rebato, que son juicios sumarísimos celebrados a modo de un repugnante programa de “telejusticiabasura”.
Al censurar estas prácticas, no estoy patrocinando restringir la libertad de expresión
Quede claro que al censurar estas prácticas, aparte de faltarme originalidad, no estoy patrocinando restringir la libertad de expresión. Tan sólo trato de señalar el riesgo de una infravaloración de las garantías constitucionales y formales del proceso en el que algunos incurren y de denunciar el abuso de lo que Francisco Tomás y Valiente llamaba “fruición condenatoria”, creando así una tensión agobiante que nunca es buena para la administración de justicia.
Es posible que hoy el circo en el que se ofrece a las fieras la carne más fresca sea la televisión, esa herramienta que utilizada con un mínimo talento pudiera servir para educar, no para amansar ni amaestrar. Pero un juicio no es un partido de fútbol ni un programa del corazón. Por eso, acepto las dudas y críticas en relación a los juicios de flashes y platós.
He aquí el pasatiempo judicial como forma de diversión
En Estados Unidos hay cadenas de televisión que proporcionan teleseries interminables sobre procesos infaustos, incluyendo la denuncia de acoso sexual contra un juez del Supremo o la venganza del “pene amputado” a su marido por una tal Lorena Bobbitt.
He aquí el pasatiempo judicial como forma de diversión, a no ser que el juez o magistrado que presida tenga la severidad de aquel presidente que en un juicio que se celebraba por homicidio, al ver como un grupo de señoras sacaban pasteles para disfrutar con la declaración de la acusada y de los testigos, exclamó con justificada indignación: “Se acabó este espectáculo grotesco. Despejen la sala”.
La publicidad es el alma de la justicia y permite el desarrollo de una opinión pública que, en otro caso, sería muda
Afortunadamente el juicio por el asunto Nóos no es esto. Entre otras razones porque me consta que las tres señoras magistradas que componen el tribunal, empezando por su presidenta, son conscientes de los “peligros que acechan” en la retrasmisión del juicio y que, por tanto, sabrán ponderar los derechos y valores en juego e impartirán justicia sin inclinaciones a acomodar su actuación y decisión a las expectativas del público.
En fin. La publicidad es el alma de la justicia y permite el desarrollo de una opinión pública que, en otro caso, sería muda e impotente. Una justicia en vivo y en directo es el espejo de la vida judicial real y quizá la telejusticia seamos todos los que la gozamos y padecemos, según los particulares supuestos.
La televisión es culpable de que juzguemos a nuestros semejantes con nuestras diferentes varas de medir
La televisión que nació inocente, ahora es culpable de que juzguemos a nuestros semejantes con nuestras diferentes varas de medir y nuestro singular “lo pronunciamos, mandamos y firmamos”.
El telespectador es jurado de lo que luego sentencia y condena en casa, en la oficina y en el restaurante. No defiendo ni aplaudo la telejusticia. Sólo la analizo, porque la justicia y la injusticia forman parte del mundo. Justiniano era partidario de la Justicia oculta –“los tribunales son mi palacio”, decía– porque así nadie conocería de sus desmanes. Hoy, la justicia sin televisión, como la democracia sin televisión, quizá sea imposible.