Yo sé dónde está el hombre que necesita el PSOE, el Churchill de nuestra socialdemocracia: en el cubo de la basura de las juventudes del partido. Si se busca ahí, seguro que aparece el joven brillante, preparado y con altura de miras al que en cuanto despuntó le cortaron la cabeza. El dirigente que no pudo llegar porque en su lugar llegó Zapatero y prosperaron las Pajines. Ahora se dedicará a otra cosa y no querrá saber nada, seguramente ni milite ya; pero su ficha andará por los archivos. (¡Y quien dice hombre dice también mujer: Churchill o Churchillesa, en vez de Susana Díaz!).
El extravío del PSOE no dudo en calificarlo de alucinante. Pensar que está más cerca de Podemos que del PP, como le dijo el ufano Sotillos a Corcuera, solo puede deberse a una mezcla de ignorancia y narcisismo ideológico (como le vino a decir Corcuera). El PSOE era el centro, el centro-izquierda si se quiere, pero por adornarse en las conversaciones y por ponerles un poco de emoción a sus biografías, los socialistas empezaron a acentuar lo de "la izquierda" para contraponerlo a ese no menos fantasmagórico "la derecha" y verse así más guapos, además de distintos. Un líder en condiciones podría haberlo corregido, pero a ese fue al que laminaron.
En el crepúsculo de las ideologías todos los partidos de poder son pardos. Por eso los más pardillos acentúan lo accesorio y se hacen fuertes ahí, por ver si por la etiquetita el electorado los prefiere a ellos en vez de a los de enfrente. El problema es cuando estos árboles tácticos (o de simple oferta comercial) no dejan ver el bosque que importa: el del Estado de derecho, el de la democracia. Así el PSOE en estos días atolondrados. "Por delicadeza perdí mi vida", escribió hermosamente Rimbaud. El PSOE corre el riesgo de perder la suya por haberse olvidado de lo fundamental.
"El cambio es que España funcione", dijo memorablemente Felipe González en vísperas de su victoria de 1982. Ahora Pedro Sánchez amenaza con inmolarse (e inmolarnos) ante el cambio disfuncional que proponen las tribus de Podemos y los bandoleros nacionalistas, cargante regurgitación de la España romántica (¡ahora que nos estábamos medio civilizando!).
Pero los mayores del PSOE tienen bastante culpa. Cuando González amenazó con el dóberman en su spot para las elecciones de 1996, que ganaría Aznar, maleducó a sus votantes y a los pipiolos del propio partido. La exageración electoral se solidificó como elemento identitario y ahora el PSOE no quiere que lo vean con el dóberman que él mismo se inventó. Aunque el precio sea que el Estado (¡lo más socialdemócrata que tenemos!) se desmorone.
El problema del PSOE es que, efectivamente, su electorado lo castigaría por pactar con el PP. Ya no le da tiempo a hacer una pedagogía antidóberman.