En la década de 1840, el pastor Nikolai Grundtvig, escritor, maestro y filósofo danés, emprendió una campaña en su país, en pleno cambio hacia el sistema parlamentario. Quería que los ciudadanos participaran en la vida pública y para ello se dedicó a dar conferencias. Su obsesión era que los daneses entendieran la responsabilidad que conllevaba la democracia y que asumieran lo que llamaba “folkelighed”. Algunos lo traducen como “comunidad mutuamente comprometida” o “lo que pertenece al pueblo”. El principal objetivo del pastor Grundtvig era convertir a súbditos en ciudadanos. Aún más, en buenos ciudadanos.
Como cuenta Patrick Kingsley en How to be Danish, esa responsabilidad pública se sigue enseñando en los colegios y está enraizada en la conciencia colectiva. Dinamarca no vive ahora su momento más brillante, con un Gobierno de centro-derecha que depende de un partido anti-inmigración y tiene los días contados. Pero la responsabilidad pública de cada individuo ha producido una sociedad preocupada por los colegios, las bicis, los pobres, internet y la información compartida. Con todos sus defectos, una sociedad de ciudadanos.
Esta semana, Antonio Delgado, nuestro jefe de datos, me comentaba que el dinero que recibe cada partido político tras formar grupo después de las elecciones sólo es público desde 2007. Y que los datos por diputado sólo los publica el Congreso desde 2011.
Algo no funciona bien cuando la mayoría de los españoles ni lo sabíamos ni sentíamos la ausencia de los datos básicos, poco conscientes de que la “cosa pública” es de todos. Antonio se desespera al ver cómo durante el primer año en que ha estado en vigor la ley de transparencia sólo se han hecho en España 3.477 peticiones de información, muchas de periodistas como él o como los fundadores de la web tuderechoasaber.es, hoy cerrada.
Puede que la “fraternidad entre los pueblos” se resienta si un trozo de Compromís o En Marea no tienen grupo propio en el Congreso, como decían los portavoces de Podemos esta semana. Pero lo más inquietante es dónde está EL pueblo.
Más que jugar a Borgen se podría jugar a mejorar el Parlamento español. Los nuevos partidos tienen mucho margen de mejora respecto a lo que hay, pero también los nuevos votantes. Si necesitamos charlas para ser mejores ciudadanos, propongo a los “pastores” de Politikon.