"Precioso abrigo de piel el que trae usted", ha espetado este viernes Pablo Iglesias a mi compañera Ana Romero, en rueda de prensa, para sacudirse una pregunta incómoda.
¿Debe disculparse Pablo Iglesias por la autosuficiencia de sus prejuicios? ¿Debería el aspirante a vicepresidente seguir el ejemplo de Celia Villalobos, que pidió público perdón tras insinuar que el diputado de las rastas podría tener piojos? ¿No merece Iglesias tantas críticas como las que dedicamos a la vicepresidenta del Congreso? ¿Habría hecho un comentario similar el líder de Podemos a un hombre? ¿Se le ven las patitas clasistas y sexistas al adalid de la nueva política? ¿Nos quiere vestir?
De estas preguntas interesarán tanto las respuestas de Iglesias como los meandros que los guardianes de la corrección política utilizarán para extremar las diferencias entre una y otra macarrada.
Con todo, como bien sabe Pablo, lo de convertir la indumentaria en un motivo de descalificación es cuento viejo en España. Una de las primeras víctimas de este tipo de ataques a cuenta de la indumentaria fue el otro Pablo Iglesias, el de verdad, cuando allá por 1886 la derecha ultramontana aprovechaba las páginas de El Imparcial, El Nervión y otros periódicos liberales y conservadores para acusarle de falsario por gastar "gabán de pieles" y viajar en sleeping-car mientras hacía proselitismo entre obreros de pana e intemperie.
No sabemos -ni importa- cómo combate el frío la periodista Ana Romero. Pero en el caso del viejo Iglesias ni el gabán era de piel, ni era suyo. El fundador del PSOE lucía capa española, que es lo que se llevaba entonces. La prenda de la polémica era en realidad un abrigo ruso que su compañero Valentín Abascal lucía en los mítines tras haberlo recibido como única herencia de su hermano Manuel, según relato del también histórico socialista Constantino Salinas.
El joven Pablo Iglesias ha incurrido en las mismas críticas de guardarropía que él ha padecido por vestir de Alcampo. Sin embargo, al contrario de lo que pasaba con el viejo Iglesias, a él sí se le puede reprochar el dejarse los cuartos en una gran superficie mientras defiende los colmados de barrio.
La calumnia que entonces sufrió el padre del PSOE por parte de la derecha y el reproche taimado que el jefe de Podemos ha dedicado a mi compañera conectan la vieja y la nueva política en los golpes bajos y en la insinuación malévola. Pablo vuelve a demostrar que la moralina es transversal en los siglos y en las ideologías. Ya dijo Marx que la Historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. Lo que no está claro es si la alusión al "precioso abrigo de piel" de Ana Romero es dramática o simplemente cómica.