España no está para Frentes Populares. Ahora no. No estamos en 1935, ni la sociedad es la de entonces. Sin embargo, Pedro Sánchez ha querido, y aún parece pretender, la formación de un gobierno junto a los populistas y separatistas con tal de llegar al poder. Sería la consecuencia lógica del rumbo que Zapatero puso al socialismo español desde que forjó la nueva identidad de la izquierda con la aceptación del nacionalismo separatista, la ideologizada "memoria histórica", el feminismo radical y las bioideologías. El resultado fue el "cordón sanitario" y el Pacto del Tinell contra el PP, quien compendiaba, en su opinión, todo lo repudiable en democracia. Ahora, el comité federal del PSOE reacciona para que Sánchez no certifique ese remedo de Frente Popular y entierre al socialismo español.
El frentepopulismo fue una estrategia del comunismo estalinista para desestabilizar las democracias europeas de la época de entreguerras y hacerse con el poder. Se trataba de sublimar el enfrentamiento social porque de ahí solo podía derivar el ascenso de los más radicales, como ha pasado siempre en la Historia. En aquella Europa de la década de 1930, las instituciones estaban sobrecargadas de demandas sociales, aumentadas, además, por el discurso de los populistas. La idolatría del estatismo, muy parecida a la actual, parecía dar la razón a los que depositaban toda su esperanza en un Estado omnipresente y todopoderoso que creara la sociedad justa y el hombre nuevo.
En aquella Europa de la década de 1930 había que liquidar al enemigo, tomar el poder en exclusiva
El triunfo de totalitarios sobre la libertad y la democracia se asentaba en el enfrentamiento y en la liquidación del enemigo, que pasaba por tomar el poder en exclusiva. Por eso en el PSOE triunfaron la tendencia guerracivilista de Largo Caballero y la oportunista de Indalecio Prieto, sobre la taimada de Julián Besteiro, incapaz por incompetente y débil, de oponerse a la deriva suicida del socialismo. Mientras, el comunista José Díaz, correa de transmisión de las directrices del VII Congreso del Comintern, hablaba en 1935 de la acción común "del Partido Socialista y del PCE, que harán público su propósito de marchar unidos en la lucha contra el enemigo común".
Aquel frentepopulismo de los años 30 decía que la "burguesía reaccionaria" daba la espalda al pueblo, era corrupta, y bastardeaba la democracia, asentada en un régimen que solo defendía sus intereses de clase. Era preciso, alegaban los comunistas europeos de entonces, atraer "a los aliados no proletarios", a las "capas verdaderamente populares, cuyos intereses económicos y espirituales" estaban en peligro. La obligación de la izquierda era evitar un gobierno de la derecha "en contra de la voluntad de la gran mayoría del pueblo", decía José Díaz.
La convergencia de estrategias entre republicano-socialistas y comunistas propició el Frente Popular
Hasta entonces, los comunistas europeos, dirigidos desde Moscú, se negaban a colaborar con cualquiera que no estuviera en la III internacional, a los que definían como "burgueses", incluidos los socialistas. El deseo de Stalin de desestabilizar las democracias europeas, o lo que quedaba de ellas, para del caos obtener el poder, hizo que, mágicamente, los que antes eran "oligarquía burguesa" o "casta" se convirtieran en aliados para impedir el fascismo.
En los estertores de la Segunda República fueron Azaña, Sánchez Román y Martínez Barrio los que patrocinaron desde abril de 1935 la reedición de una coalición republicano-socialista, con la ayuda de Prieto, que les devolviera al poder para recuperar lo que creían suyo: la República. La convergencia de estrategias propició entonces el Frente Popular: por un lado, el hambre desmedida de poder de republicanos y socialistas, y por otro, el deseo de los comunistas de desestabilizar la democracia. El error del republicanismo y del socialismo, en un mar de errores generales, también de la derecha, es conocido.
Con lenguaje y argumentos de los años 30, Podemos trata de seducir al PSOE y a los nacionalistas
Si bien la historia es distinta, afortunadamente, y hoy no estamos en 1935, no difiere mucho la argumentación ni el lenguaje utilizado por el populismo socialista de Podemos para seducir al PSOE y a los nacionalistas.
El populismo socialista exportado a España por Podemos se basa en la hegemonía cultural de Gramsci, que ya tiene casi ganada en la izquierda al marcar el lenguaje, la agenda política y la interpretación de la historia reciente y el presente. Pero también se fundamenta, siguiendo a Ernesto Laclau, en la recolección de todas las demandas sociales en un frente popular para derrotar al enemigo -la casta y la derecha que la justifica-, tomar el poder y reconstruir la comunidad "justa y benéfica", tan propia del pensamiento totalitario. Sin embargo, hoy se sabe que ese populismo es una enfermedad de la democracia, y que su deriva, el frentepopulismo, no es una solución a la crisis, sino su profundización.
No pasemos, en consecuencia, de un bipartidismo imperfecto a una polarización forzada, impulsada por los populistas para hacerse con el poder por la puerta de atrás, y eliminar la libertad. Los pactos deben ser entre fuerzas que tiendan hacia la convivencia democrática, no al extremismo y la disgregación.
*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.