La maniobra del secretario general del PSOE que le permite zafarse del tutelaje del Comité Federal es hábil, pero tan peligrosa, que demuestra con ella su desesperación. Si había alguna duda, ya está despejada: Sánchez quiere seguir vivo políticamente y está dispuesto a todo antes de darse por vencido en su intento por llegar al Gobierno.
Hemos defendido la necesidad de más transparencia y democratización en los partidos, pero hay ocasiones, como ésta, en las que su aplicación extrema resulta perversa. En asuntos de gran complejidad o en los que es fácil que los sentimientos arrastren a la razón, es conveniente ser prudente. Si en su día el PSOE hubiera sometido a la militancia la decisión de qué hacer en el asunto de la OTAN, por poner por caso, España habría perdido una oportunidad histórica de estar junto a los grandes países de su entorno.
Lo cierto es que ni todo se puede someter a votación ni los diputados son una mera prolongación de los militantes de los partidos por los que han sido elegidos. Entre otras cosas, porque representan a muchas más personas. En el caso del PSOE, con el peor resultado de su historia, recibió el pasado 20-D cinco millones y medio de votos, cuando la organización no llega a los 200.000 afiliados.
Diputados como correa de transmisión
Podría darse la paradoja, además, de que pese a ser el principal referente de la izquierda, los socialistas -con más votos, más escaños y toda su historia detrás- consultaran a sus 193.000 militantes, mientras que Podemos lo haría a más de 390.000. Una situación ridícula.
La decisión de Sánchez es muy peligrosa porque podemiza al PSOE, en el sentido de que convierte a los representantes de la soberanía nacional en simple correa de transmisión de la militancia, sometiéndolos definitivamente a la disciplina de partido, una de las grandes perversiones de nuestra democracia. En el fondo, subyace el viejo conflicto de la Revolución Francesa entre la democracia directa de los jacobinos y Podemos -con sus secciones revolucionarias, sus asambleas primarias y sus mandatos revocatorios- y la democracia representativa del parlamentarismo inglés y norteamericano. Un debate más inquietante si cabe en nuestros días por cuanto, técnicamente, y gracias a las redes sociales, ya es posible hacer consultas poco menos que instantáneas. Es decir, gobernar a golpe de encuestas.
Un formato que ahuyenta a Ciudadanos
Pero Sánchez no se plantea esas honduras. Su jugada tiene trampa porque, haciendo de la necesidad virtud, presenta como un avance para la organización lo que no pasa de ser una pirueta para sobrevivir o, al menos, ganar tiempo. Es probable, con todo, que esta triquiñuela tenga un recorrido muy corto. Primero, porque es difícil que pueda presentar un pacto con Podemos que no haga trizas los fundamentos ideológicos del PSOE. Pero, en segundo lugar, porque es imposible que pueda incluir la variable de qué harán con sus votos otros grupos parlamentarios (caso de ERC, PNV o la antigua Convergència) que son claves para que su investidura pudiera prosperar.
Por otra parte, al elegir el formato de la ratificación de las bases, Sánchez elimina las remotas posibilidades de que Ciudadanos pueda sumarse a un acuerdo a tres bandas con Podemos. Y es que es imposible que los militantes del PSOE, y no digamos nada de los de Podemos, refrenden un programa moderado y votable para un partido como Ciudadanos.
Sánchez aún no ha cruzado las líneas rojas que le han marcado los barones, pero ha tomado una decisión inédita en la historia de su partido que no le hace, precisamente, ningún favor. De su mano, el PSOE ha dado un paso hacia el populismo, sentando un peligroso precedente.