Este viernes, por fin, se reúnen el presidente en funciones y el que quiere funciones de presidente; el que pretende no abandonar la Moncloa vencido y ese al que el Rey, esperanzado -harto, quizá, también-, le ha dicho: “venga, Pedro: a ver si puedes”.
Mientras Sánchez mira a ver si puede, que ni él lo sabe, la Guardia Civil ha vuelto a Génova. Supongo que Rajoy volverá a alardear de ello, subrayando que España es “un país serio”, como ya hizo en septiembre cuando los agentes registraron la sede del PP.
Pero, sinceramente, no está tan claro eso de que este sea un país serio. “España en serio”, anunciaban los carteles de los populares en la campaña, vendiendo con demasiada generosidad y entusiasmo una actitud supuestamente cargada de rigor.
“Yo voy en serio” recalca, cada vez que puede, Pedro Sánchez, a pesar de que demasiado a menudo parece, más que un político sensato y prudente, un contorsionista intelectual tanteando movimientos imposibles con un único fin: una supervivencia política íntimamente ligada a sus posibilidades de domiciliarse en Moncloa.
Se reúnen, sí, estos dos bromistas sin gracia, y lo hacen en medio de unas condiciones inéditas de las que se desprende que el líder del PP ha perdido toda iniciativa. Ni Rajoy le espera, ya, en su lugar de residencia ni puede, tampoco, permitirse ignorar lo que piense o lo que diga el dirigente socialista. Las cosas han cambiado.
Pero no demasiado. O no lo suficiente. El líder de los populares dijo hace pocos días que ya no se iba a pasar ni una -¿y por qué sí se pasaban hasta entonces?-, y lo siguiente que ha hecho ha sido aforar, o impulsar el mecanismo para mantener aforada, a Rita Barberá. Da igual que todo el equipo de la ex alcaldesa esté siendo investigado; da igual que hasta su hermana haya dicho, o que se le atribuya, al menos, eso de “nos hemos pasado”. El PP tiene un problema con la corrupción, y no creo -y esta vez lo digo muy en serio- estar sorprendiendo a nadie.
El problema no es solo que veamos a Barberá (un poco) apartada; o al ex ministro Matas confesando (un poco) en el juicio de Nóos; o a la Guardia Civil entrando (otra vez) en el número 13 de la calle Génova. El problema reside en que, preguntado Rajoy cuánto merma la corrupción valenciana su capacidad para negociar ahora un pacto de Gobierno, él dice que “nada”.
¿Nada? Y eso que esa pregunta, formulada ayer por una periodista durante su encuentro con los medios, se producía antes de que la autoridad volviera a llevarse, a la fuerza, otro ordenador de la sede del Partido Popular.
En un país serio, como ese al que alude Rajoy, hace tiempo que los escándalos del partido en el Gobierno habrían tumbado a quien tan en serio lo preside.