Los argumentos expuestos por Esperanza Aguirre para justificar su dimisión como máxima responsable de los populares madrileños le encajan a Mariano Rajoy como un guante. Por eso, la primera lectura que se hace todo el mundo, dentro y fuera del PP, es que esa decisión pone la lupa sobre el presidente nacional y a él es a quien le traslada la patata caliente en relación a los casos de corrupción.
Según Aguirre, en este asunto ha llegado "la hora de las cesiones" y ya no es posible encastillarse ni seguir de espaldas a la realidad. El mensaje es claro: si ella se va porque no supo ver lo que estaban haciendo a sus espaldas López Viejo, Ignacio González o Granados y porque la Policía ha registrado su sede, qué no se puede decir de Rajoy respecto de su estrecha relación con personas como Luis Bárcenas, Francisco Camps, Rita Barberá, Jaume Matas o Ana Mato y después de que los agentes hayan registrado las siete plantas de Génova.
Una renuncia de alto significado
La dirigente madrileña dio a entender este domingo que la situación creada en su partido por los reiterados escándalos es insostenible. "No es que llueva sobre mojado, es que llueve sobre una inundación", dijo. Y aseguró que no cabe permanecer de brazos cruzados ante ese panorama: "La gente quiere gestos, y mi gesto es presentar mi dimisión".
Aguirre defendió su honorabilidad y subrayó que no está siendo investigada por ningún escándalo, pero añadió que también asumía que una cosa es la responsabilidad penal y otra la responsabilidad política, y que los hechos, aunque no existan sentencias que los corroboren, apuntan a que puso su confianza en personas poco adecuadas a las que tampoco vigiló lo suficiente. Al irse por las posibles tropelías de sus subordinados, la líder popular está situando el listón mucho más alto de lo que la organización se había impuesto hasta ahora.
Falta de apoyo de Rajoy
El adiós de Aguirre del organigrama del PP es una sorpresa, tanto por el momento como por la forma en la que se produce. Es cierto que llega tras una semana convulsa, tres días después de que la Policía judicial registrase las oficinas del PP regional y dos días después de que ella misma compareciera ante la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid para responder por los casos Púnica y Gürtel. Pero cuarenta y ocho horas antes de su anuncio se había jactado de su puntería con infundada autocomplacencia: "He nombrado a más de 500 altos cargos y dos me han salido rana".
Las razones del cambio de actitud de Aguirre podrían tener que ver con la falta de apoyo de la organización nacional. No sólo nadie la llamó tras el registro de los despachos, sino que la secretaria general, María Dolores de Cospedal, le afeó que hubiera repescado al exgerente del PP de Madrid que ella había cesado. Cuando este domingo convocó la rueda de prensa de su dimisión no se lo comunicó al partido. Sólo llamó a Rajoy, que no le cogió el teléfono en un primer momento, y al que le dio a conocer su determinación a través de un mensaje de móvil. La respuesta de Rajoy, un lacónico "te entiendo", da idea de la frialdad que existe entre ambos.
Se rompe la estrategia del PP
Al entregar su cabeza, Aguirre es consciente de que acerca un poco más la de Rajoy hacia la guillotina. Su gesto rompe la estrategia del líder del PP de aferrarse a su posición para intentar ser reelegido en la Moncloa en una semana clave, cuando se van a definir las estrategias de cara a la investidura. Aguirre pone el dedo sobre la llaga: los dos grandes feudos del PP, Madrid y Comunidad Valenciana, están en llamas, con una presidenta interina en Valencia, Isabel Bonig, mientras que una gestora tendrá que hacerse cargo de la organización regional madrileña.
La renuncia de Aguirre tiene un gran valor, incluso desde el punto de vista personal. No abandonó el cargo de presidenta del PP madrileño ni siquiera cuando anunció en 2012 que dejaba la política como consecuencia de un cáncer. Pero, sobre todo, está la repercusión pública. Aguirre es mucho más que una dirigente regional del PP; por su carisma, por las altas responsabilidades institucionales que ha desempeñado y por encarnar el alma liberal dentro del centro derecha español, es un referente nacional. Desde que Antonio Asunción dimitió hace dos décadas al frente de Interior por la fuga de Luis Roldán, no ha habido nadie de su relevancia que haya respondido con su cargo por los desmanes de otros. Por eso, su ejemplo trasciende las fronteras de su propio partido.