Cuando los comunistas británicos pidieron instrucciones a Moscú en 1921 para saber qué debían hacer respecto a los laboristas, la respuesta de Lenin fue toda una lección táctica. Poco importaba que el líder soviético hubiera insultado a los sindicalistas británicos llamándolos “aristocracia obrera” y colaboradores de la “dictadura burguesa”. Las circunstancias habían cambiado.
La crisis de los partidos británicos y las dificultades exteriores indicaban que era el momento, decía Lenin, de acercarse al laborismo y ofrecer la colaboración para un frente único. Si aceptaban y formaban gobierno con ellos propiciarían las divisiones internas del partido laborista, que tenía entonces líderes débiles y enfrentados. Esto aumentaría el descrédito de sus dirigentes frente a las bases, quienes acabarían prefiriendo la solidez y contundencia de los comunistas. Y si no formaban gobierno habrían llevado su mensaje a la militancia izquierdista, bolchevizando el lenguaje, su interpretación del mundo y las aspiraciones sociopolíticas. Es más; Lenin añadía que si los laboristas se negaban al frente único “ganaremos todavía más. Pues habremos mostrado a las masas que (sus dirigentes) ponen por encima del interés de los trabajadores su intimidad con los capitalistas”.
La militancia del PSOE se ha ido radicalizando a causa de Podemos y de sus medios de comunicación
Podemos hace tiempo que ha ganado la partida propagandística al PSOE. Todo empezó cuando los socialistas asumieron como buena y justa la crítica que dichos populistas hicieron de la situación social y económica. Admitieron que los culpables eran la troika europea y “las derechas” -un término, por cierto, del guerracivilismo de los años 30-. Era un “enemigo” clásico e identificable que había impuesto unos “recortes” en perjuicio de “la gente” y en beneficio de “la casta”. Los socialistas, carentes de ideas, proyecto y liderazgo desde Felipe González y la crisis de la socialdemocracia del siglo pasado, vieron ahí el paradigma que tanto ansiaban. Asumieron, así, el lenguaje, la interpretación y la solución podemita, que solo podía pasar por engordar el Estado y marginar a la derecha.
Ganada de esta manera la hegemonía cultural gramsciana, es lógico que Podemos reclame ahora el protagonismo en la izquierda y la formación del frente único bajo su égida para un “gobierno de cambio”, y que así se lo reconozca parte del PSOE. En consecuencia, la distancia es cada vez más evidente entre los dirigentes territoriales del Comité Federal y la militancia, muy radicaliza gracias a Podemos y a sus medios de comunicación. Mientras la “vieja guardia” del PSOE, a la que todavía se la identifica con la denostada “casta”, reclama sentido de Estado, pactar con los constitucionalistas, y se niega al acercamiento suicida a Podemos, los afiliados comparten objetivos con los podemitas: echar a “las derechas” y rectificar el régimen para hacerlo suyo. La brecha en la socialdemocracia ya está hecha.
Si Sánchez anuncia un pacto con Podemos para formar gobierno la ruptura del PSOE estará servida
Si Sánchez anuncia un pacto con Podemos para formar gobierno la ruptura estará servida, porque ese acuerdo solo podrá hacerse bajo la aceptación de unas reclamaciones sociales, económicas y territoriales muy alejadas de la socialdemocracia actual, y propias del populismo socialista. El PSOE habría perdido su identidad para adoptar la de los nuevos bolcheviques a cambio de tomar en apariencia el poder. Con la política en el cauce de la idolatría del Estado -más impuestos, control estatal y limitación de las libertades-, el rechazo al mercado, el establecimiento del principio de autodeterminación, el ostracismo de la derecha, y la negativa a cumplir las normativas europeas, la auctoritas estará en manos de Podemos, su auténtico inspirador. Es más; ante el cuerpo electoral saldrán reforzadas la figura de Iglesias, de su partido y su proyecto en detrimento de la otra izquierda: el PSOE.
Y si finalmente Sánchez forma gobierno con Ciudadanos, Podemos activará el discurso de que el PSOE es un “traidor” al proyecto social y estatista, parte de “la casta” y colaborador de la derecha. En contraposición, la gente de Iglesias se presentará como la auténtica alternativa socialista. Si la clave en la competencia entre la izquierda es más Estado y la negación de legitimidad a la derecha –como quiere Podemos-, solo puede ganar aquel que tenga una imagen y un proyecto más claramente estatista y excluyente; es decir, Iglesias y compañía.
El de Pablo Iglesias no es un partido de verdad, sino un conjunto de grupúsculos radicales y demagógicos
Ahora bien; si hasta ahora Podemos no ha dado el sorpasso es por dos razones. Primero, porque el de Iglesias no es un partido de verdad, sino un conjunto de grupúsculos radicales, demagógicos y territoriales, con un jefe mediático sin una capacidad de liderazgo que haga rendir bajo sus pies a los cabecillas locales. El día que Iglesias construya una organización con el poder centralizado y concentrado en su sóviet, ya puede temblar el PSOE. Y segundo, porque, al igual que los laboristas británicos de hace casi cien años, los socialistas han preferido mirar a su derecha, a Ciudadanos, y dejarse de aventuras suicidas. O eso parece.
***Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid.