Pío, pío que yo no he sido suele decir Esperanza Aguirre cuando se refiere a Pío García-Escudero, su antecesor al frente del PP madrileño y actualmente presidente del Senado. Pío, pío que yo no he sido repetía una y otra vez cuando se le preguntaba por los tejemanejes de Fundescam (Fundación para el Desarrollo Económico y Social de la Comunidad de Madrid) y por las cuentas que se encontró al llegar en 2004 a la primera planta de Génova 13, la misma en la que, casualidades o maldades del calendario, entró la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil) la pasada semana para investigar ahora la cuentas de Aguirre desde que sustituyó a García-Escudero.
Todos los que conocen al actual presidente de la Cámara Alta, que es la tercera autoridad del Estado, coinciden en señalar que el puesto le viene como anillo al dedo: ley del mínimo esfuerzo, nada de sobresaltos, sudar lo justo, complicaciones las mínimas, sonrisa permanente, boato y circunstancia, poco ruido y muchas nueces. O lo que es igual: el clásico puesto de trabajo, muy apreciado por determinado perfil de políticos, donde no es necesario saber deletrear la palabra estrés. Además, cuando llega mayo, le deja las tardes libres para no perderse ni una sola faena de la feria de San Isidro. Pío, Senado y toros, es otro de los eslóganes que acompaña a este hombre al que no se le conoce más virtud política que la de ser íntimo de Mariano Rajoy –con quien comparte el gen de la inactividad permanente– y alcanzar un grado de invisibilidad encomiable.
Pío pío García-Escudero es el clásico político que siempre se pone de perfil ante la vida y sus circunstancias. De canto. Ni da la cara ni da la espalda. Lo primero presupondría que es capaz de emprenderla con quien sea y lo segundo que si se diera la vuelta quedaría expuesto a que una locomotora se lo llevara por delante. Por lo tanto no es de extrañar que se colocara de perfil y eligiera no saber nada de nada cuando utilizó dinero procedente de la corrupción en la campaña electoral de 2003 que llevó a Aguirre a la presidencia de comunidad madrileña tras el tamayazo. O cuando pocas horas después de los atentados del 11-M se blanquearon 30.000 euros a través de Fundescam, presidida también por Pío, pío…, en la oficina de la entonces Caja Madrid situada en el número 10 de la calle Génova.
Hay que reconocerle a algún avispado dirigente del PP de Madrid o de Fudescam una cierta rapidez de reflejos al utilizar el desconcierto de la mañana más convulsa, y también la más trágica de la reciente historia de España, para intentar sanear las cuentas de su partido, el partido de las víctimas en expresión de la época. Y de nada servirá que ahora su entonces presidente diga con un cierto esfuerzo, con algo de sobresalto, sudando la gota gorda y con un rictus de agitación en su rostro que su mano izquierda no sabía lo que hacía su mano derecha.
Pero en Madrid no ha sido García-Escudero el único Pío, pío que yo no he sido. La espantada de Esperanza Aguirre deja abierta de par en par la posibilidad de que cuando la nueva inquilina –Cristina Cifuentes– tome posesión de la primera planta de Génova 13 acabe entonando también el citado Pío, pío… para señalar a su antecesora en el cargo si empiezan a emerger cadáveres por doquier. La moraleja del cuento es que la herida sólo dejará de supurar cuando se corte de cuajo.
Y es que la marcha de la hasta ahora lideresa por excelencia dibuja en el aire un sinfín de incógnitas sobre el momento elegido para salir corriendo por mucho que el pepé se asemeje a un edificio en ruinas. ¿Por qué estas prisas un domingo a la hora del aperitivo? Se especula con la información incautada por la UCO. Se especula asimismo con el Canal de Isabel II. Se habla de nuevas revelaciones relacionadas con Granados y Marjaliza. Se habla también de lo que puedan declarar en los próximos días los guardias civiles que intervinieron en el seguimiento y espionaje a altos cargos del propio PP ordenados, presuntamente, por el citado Francisco Granados e Ignacio González cuando ambos estaban a las órdenes de Aguirre… Pío, pío…
Demasiados Pío, pío… para un partido inmerso en una crisis ética de difícil solución que lo mejor que podría hacer es cambiar no sólo de personas sino de nombre, porque además no tiene trazas de que el pájaro vaya a dejar de cantar.