La protesta nudista y blasfema de Rita Maestre en el templo de Somosaguas una mañana de 2011 y el asalto al Centro Cultural Blanquerna la diada de 2013 guardan en común el talante bullanguero e intolerante de sus protagonistas.
Sin ser jurista, ni cristiano pío, ni patriota sentimental se advierte cierta desproporción en el criterio de la Fiscalía: puede no entenderse del todo por qué la portavoz del Ayuntamiento de Madrid se enfrenta a un año de cárcel mientras que a la cuadra de extremistas salvapatrias les piden dieciséis, partiendo como parten ambos sucesos del mismo despótico desprecio hacia los derechos de los otros, la misma alergia a la democracia.
No es que uno piense que Rita Maestre merezca una pena mayor y los brutos que zarandearon (y por tanto agredieron) al exdiputado Josep Sánchez Llibre una menor. Nada de eso. Pero llama la atención la desproporción con la que se conduce el Ministerio Público en cada caso guardando -como guardan- uno y otro episodios tantas similitudes de origen como en sus escasas (e inadmisibles) consecuencias.
Cualquier lego, descastado y ateo podría pensar que la concejal de Ahora Madrid no merece sentarse en el banquillo, e incluso que lo de los fachas se arregla con una buena multa, un serio apercibimiento y una ficha policial. Pero a la hora de justificar esta doble vara es imposible no tropezar con una madeja de prejuicios personales.
Puede que resulte más fácil sentirse amenazado ante una docena de airados falangistas que ante un centenar de femen despechadas y es muy posible que parezca menos antipática una algarada universitaria en una iglesia que un acto de exaltación ultra en una biblioteca: yo preferiría sin duda sucumbir mil veces al "poder clitoriano" antes que al yugo fascista. Pero también se puede opinar lo contrario dado que la empatía y los sentimientos de humillación y miedo son subjetivos. Lo oportuno entonces es que este tipo de apreciaciones más o menos beatas o micromachistas ni sienten jurisprudencia ni puedan servir de romana de nada.
Un ejercicio de sincera abstracción no admite demasiadas diferencias entre el asalto a la capilla de Maestre, la irrupción neonazi en Blanquerna o los escraches padecidos por Sáenz de Santamaría, Cifuentes o el alguacil alguacilado de Ahora Madrid, Javier Barbero: muestras todas de intransigencia violenta u ofensiva en distinta gradación.
A la hora de valorar los cauces y limites de la libertad de expresión, el derecho a la manifestación e incluso el valor conveniente de cierta irreverencia sería bueno no convertir nuestro particular criterio en medida del mundo.