Bettina Röhl, hija de la terrorista alemana Ulrike Meinhof, hizo en 2001 un descubrimiento que convulsionó la política alemana. Era una serie de fotografías que mostraban la agresión a un policía durante una manifestación en abril de 1973. El qué no era lo relevante, sino el quién. A pesar de que iba escondido tras un casco y de que su rostro era 30 años más joven, en las imágenes se pudo identificar a Joschka Fischer con el puño en alto y propinando una patada al agente. Para cuando el semanario Stern publicó las fotografías, Fischer había desteñido en socialdemócrata y había firmado las paces con el establishment. Es más, él era el establishment. El ministro de Asuntos Exteriores de Alemania.
Fischer se sometió voluntariamente a una exigente reválida sobre su vida, su militancia, sus amistades, la evolución de su credo político. Le preguntaron si alguna vez había tirado un cóctel molotov, si había empuñado un arma, si seguía creyendo que las instituciones de la democracia alemana eran una prolongación disfrazada del nazismo. Asumió sin estériles lamentos que la biografía de un político es un hecho relevante. Y continuó haciendo política.
Cinco años no son treinta y tampoco Rita Maestre es Joschka Fischer. “Viendo el interés que han generado asuntos secundarios del Ayuntamiento es posible que este juicio adquiera una repercusión desproporcionada”, lamenta la portavoz del consistorio madrileño en una entrevista con Elvira Lindo, pocos días antes de sentarse en el banquillo de los acusados por haber profanado en 2011 la capilla de la Complutense. “Hace tanto tiempo de aquello…”, deja en suspenso la portavoz. Cinco años.
Yo que ningún sentimiento religioso albergo y por tanto no hay ofensa espiritual posible, sí considero importante conocer cuál es la idea que Maestre tiene de la convivencia. Si este fuera sólo un asunto religioso, habría quedado zanjado con las disculpas al arzobispo Ossoro y la absolución del prelado. O con esta declaración irrelevante: “Pertenezco a una familia católica y he ido a misa millones de veces”.
Una de las cuestiones morales más controvertidas del cristianismo es su costumbre de repartir absoluciones y amnistías por delitos cometidos contra terceros. Con su visita al arzobispo, Rita Maestre habrá salvado su alma, pero eso no pone a salvo ni su carrera política ni su certificado de antecedentes penales.
Resumen: “¿Que qué le diría al juez? Le diría que sigo pensando que aquella reivindicación tenía sentido, pero que si he ofendido a alguien, lo lamento mucho”.