Más allá de cuál sea el resultado de las dos votaciones de investidura que afrontará esta semana Pedro Sánchez en las Cortes, lo que no se puede negar a estas alturas es que el secretario general socialista tiene una capacidad extraordinaria para hacer de la necesidad virtud. Nacido en Madrid precisamente un 29 de febrero de 1972, la trayectoria de Sánchez, desde que decidió salir del anonimato para aspirar a liderar el PSOE, es la de un hombre capaz de convertir los contratiempos en oportunidades.
En las primarias de 2014 supo aprovechar el delicado juego de equilibrios de poder en la heterogénea familia socialista para hacerse con la dirección del partido gracias al apoyo circunstancial, precisamente, de las baronías que luego han sido más críticas con su gestión.
Un año más tarde logró ser elegido candidato porque la proximidad entre las elecciones andaluzas y generales obligó a su compañera Susana Díaz a postergar cualquier aspiración en clave nacional. Tras cosechar el peor resultado jamás logrado por el PSOE en unos comicios generales, y pese a haber quedado en un nada honroso cuarto puesto en su propia circunscripción, no dimitió y supo zafarse de la presión de los barones y aplazar la convocatoria del congreso ordinario previsto para febrero en el que, con el resultado del 20-D en caliente, hubiera tenido serias dificultades para revalidar su liderazgo.
Candidato a la investidura
Por si esta sucesión de episodios no fuera suficientemente indicativa de que Sánchez es un dirigente político que sabe sacar provecho de las dificultades, logró que Felipe VI le encargara formar Gobierno tras la insólita espantada de Rajoy. Luego, tras tropezar una y otra vez contra la soberbia de Pablo Iglesias y los ministrables de Podemos, ha conseguido firmar un acuerdo de Gobierno con Albert Rivera que, como mínimo, modifica la percepción generalizada de que el bloqueo político e institucional era insalvable.
Puede que el Acuerdo para un gobierno reformista y de progreso firmado ante el lienzo con el que Juan Genovés retrató la Transición no alcance la mayoría aritmética suficiente para impedir la convocatoria de nuevas elecciones. Pero ya ha tenido un efecto multiplicador que políticamente sólo puede beneficiar a las dos formaciones que han hecho posible el primer pacto entre dos partidos de ámbito nacional de nuestra historia democrática.
Si la irrupción de Podemos, tras las europeas de 2014, impuso una dialéctica política basada en el choque entre el establishment y lo que habría de llegar una vez fuera tomado el cielo por asalto, el Pacto de El Abrazo alumbra un nuevo marco, que centra al PSOE y perfila la vis más socialdemócrata de Ciudadanos. En la medida en que Sánchez y Rivera tengan la capacidad dialéctica de ganar el debate de esta semana en el Congreso -aun perdiendo las votaciones- se habrán abierto dos claras opciones de voto útil para la izquierda y para el centroderecha representadas por PSOE y Ciudadanos.
Respaldado por sus bases
Las bases del PSOE, tradicionalmente más a la izquierda que la ejecutiva, lo han entendido. De ahí que Sánchez afronte su investidura legitimado moralmente por el cierre de filas de su militancia, que ha votado mayoritariamente sí (79%) el pacto con Ciudadanos. Éste penúltimo éxito de Sánchez marca un precedente en la democratización de los partidos que es utilizado ahora por la dirección socialista para presionar a Podemos. En este sentido hay que interpretar la invitación este domingo del secretario de Organización socialista, César Luena, a "Pablo Manuel Iglesias" (sic) para que imite al PSOE y pregunte también a su bases si no prefieren a Sánchez antes que a Rajoy.
Habrá que aguardar a que termine esta semana de pasión política para comprobar hasta qué punto a Sánchez le siguen acompañando su audacia y su baraka. Lo que no se puede discutir a día de hoy es que a la singularidad biológica de haber nacido un 29 de febrero suma ya la excepcionalidad de haber conseguido logros inesperados partiendo -como partía- con casi todo en su contra.