Recién ha vuelto a la parrilla televisiva (los domingos, a la una, en la 2) Libros con Uasabi, el programa de libros de Dragó (ya le conocen), copresentado por Ayanta Barilli, Elia Rodríguez y yo misma, con el impulso de la Obra Social la Caixa. Debutamos anteayer con María Dueñas, autora de El tiempo entre costuras y, más recientemente, de La templanza. Novelas todas ellas que sorprenden por la vibrante elegancia con la que enganchan por el hocico al lector o lectora. No soy yo amante de decirlo todo dos veces, de abarrotar de engolados masculinos y femeninos un género neutro que a mí me vale perfectamente, gracias. Arrobos y arrob@s, las justas.
A Dragó (ya le conocen) hay quien le acusa de contradecirse constantemente, tendencia suya que hemos constatado que sí, existe, dentro del programa y fuera de él. Dentro: muchos escritores que nunca han venido ni vendrán a Libros con Uasabi por muchas cucamonas que le hagan a su director y presentador, del que en ocasiones, para más inri, son amiguitos o amigotes, bueno, pues a veces hay quien se resiente de que sí sea invitada un pedazo de novelista como María Dueñas. Cuando Dragó es el primero que desfachatadamente proclama su abominación de la novela como género y su absoluto convencimiento de que para seguir leyéndola a partir de los 40 años tienes que ser gilipollas... o mujer.
A propósito de esto hizo recientemente la escritora Isabel Fuentes, autora de Un gen fuera de la ley (otra invitada al Uasabi, pero en la pasada temporada) un comentario desde mi punto de vista delicioso: dijo que está científicamente demostrado -ella sabe de estas cosas...- que leer ficción desarrolla la empatía. Que cuantas más novelas absorbes, en el pellejo de más personajes te pones, más aciertas a multiplicar tus puntos de vista. Tus visiones del mundo posibles.
Cuánto yerran pues todos aquellos que desprecian o pretenden despreciar la novela que no sea estrictamente egográfica por ver en toda ficción una especie de inmortal género chico. A mí me sucede lo opuesto, fíjense: creo que lo excesivamente autobiográfico a veces (no siempre, es verdad; pensemos por ejemplo en Montaigne, Hemingway, Anaïs Nin... de todos los cuales, al césar lo que es del césar, Dragó se proclama aprendiz) rezuma un ombliguismo chato y aplastante que mucho se aliviaría con un mínimo esfuerzo de distancia y reelaboración. De literatura, en suma.
Pero la grandeza suele estar en las contradicciones. Isabel Fuentes y María Dueñas han venido al programa de este juez de la horca de la novela, seguramente sabedor, en algún repliegue de su abultado subconsciente literario, que una cosa es lo que uno se cree que piensa, y cosa bien distinta es la razón que en el fondo se sabe que te asiste... Ejemplo: a Dragó hace poco le colaron en un restaurante donde no tenía reserva, por delante de un buen porrón de clientes que habían llegado mucho antes que él, porque el dueño del restaurante en cuestión al parecer era fan de Gárgoris y Habidis, una historia de España tan mágica, tan mágica, que poco le falta y menos le sobra para ser novela. Recién reeditadita además. Pues suerte tienen algunos de lo mucho que leemos las mujeres y/o los gilipollas...