Algunas costillas blancas del techo de la estación de Santiago Calatrava a los pies del World Trade Center ya están resquebrajadas. El lugar acaba de abrirse al público, pero aún es sólo un enorme hall vacío. Hasta dentro de unas semanas no funciona la conexión con las líneas de metro y los trenes que van a New Jersey. Por aquí no hay pasajeros, sólo visitantes que quieren ver la obra que ha costado casi 4.000 millones de dólares (el doble de lo previsto).
Es fácil estar aquí y pensar en el sobrecoste, en los retrasos de años, en la mano de pintura que necesitará la estación que ya muestra esquinas ennegrecidas. O echar en falta los bancos para sentarse o un simple reloj. Pero un domingo cualquiera, una vez dentro, la escena hace olvidar las críticas.
Los niños y los adolescentes se tiran al suelo de mármol blanco y se tumban boca arriba para disfrutar de los 30 metros hasta el techo por el que entran los rayos de sol y se cuela la vista del nuevo rascacielos del World Trade Center. La mayoría de los que están tumbados, riendo, jugando, no habían nacido el 11 de septiembre de 2001. Los móviles están en alto para hacer fotos al techo acostillado de Oculus, el nombre del lugar que se parece al esqueleto de un dinosaurio. Una familia se abraza para salir en una foto. Disfrutan del sitio nuevo, una gran sala sin tiendas y sin agobios, una pista de patinaje para correr, un espacio para mirar hacia el cielo. No pasa nada por aquí todavía pero la estación está llena de personas que admiran la nave y el rascacielos enfrente.
Éste fue el lugar del horror cuyos efectos siguen condicionando nuestras vidas y han traído otra cadena de muerte. Pero aquí hoy hay risas, niños, sol y una nueva vida.
Puede que sea una estación demasiado cara, demasiado engorrosa o demasiado inútil. Pero su hall frente a ese rascacielos es una prueba más de la capacidad humana de recuperación y de la voluntad extraordinaria de seguir construyendo frente a la destrucción. Un cartel con fondo fucsia dice: “Esto es lo que somos. Optimistas. Valientes. Impávidos. Éste es el World Trade Center, un espíritu pionero inalterado desde 1972”.
La esperanza se parece mucho a esto.