Mariano Rajoy quiere hacer de su interinidad un salvocunducto hacia la perpetuación política e institucional, de lo que se desprende que el presidente está decidido a convertir en activos los embates de la adversidad a base de quietud y volutas de puro; lo demás, merde.
Del mismo modo que tras las elecciones apeló a la aritmética básica de los escaños para declinar la responsabilidad de su investidura, el presidente en funciones esgrime ahora el carácter eventual de su Ejecutivo para escatimar al Congreso el debate del tratado por el que la UE hará al turco custodio del valladar europeo.
Las renuncias de Rajoy y de Europa a sus obligaciones políticas y morales, para con los españoles y los refugiados, conectan con el aldabonazo civilatorio que Hegel y Dostoievski advirtieron en el deceso de Dios; que los estructuralistas vieron en la inmoralidad que suponía escribir poesía después de Auschwitz; o que los osis de Berlín decretaron, maza en mano, en noviembre del 89, cuando muertas las ideologías expiró la Historia.
Rajoy piensa que la suspensión política e institucional en que se arrellana España es una morada perfecta, del mismo modo que Europa hace de la renuncia de sus valores el auxilio de su sustento. Lo que importa es mantener la ilusión, el holograma de una democracia, o el viejo sueño de un continente armónico que grita "Refugees Wellcome" en el instante de cerrar la puerta.
Al fin y al cabo, tanto Rajoy como Bruselas saben que la democracia y Europa son éticas crepusculares y que el mundo siempre ha sido una guerra llena de refugiados porque el mal es el coste inevitable de la creación. Del exterminio de los neardentales a la matanza de Herodes, del saco de Roma a las batallas del Somme y Verdún, de la caída de Stalingrado a las guerras de Siria e Irak, la Historia del mundo es el relato de una conflagración con paréntesis de paz.
Las democracias liberales, las socialdemocracias y los estados del bienestar han procurado entretenimiento intelectual y sustento a unas pocas generaciones que han pasado sus vidas entregadas a alimentar una enorme estafa piramidal y un doloroso engaño colectivo.
Pero Bruselas y Rajoy son conscientes de que la fiesta se acabó, así que solo intentan mantener en vilo algunas ideas confortables sobre Europa y sobre la calidad de la democracia en España, pero sin dar demasiado la cara.
A Europa es imposible pedirle nada porque es un rastro de mercaderes mal avenidos. A Rajoy , que es "muy consciente de que el Gobierno" está en funciones "para todo", sí que deberíamos exigirle que sea de consecuente con la naturaleza cada vez más provisoria y accidental de su cargo. Lo demás merde.