Los ataques que viene sufriendo la fiesta de los toros ha hecho reaccionar a los taurinos, que han protagonizado en Valencia una manifestación histórica, por el número de asistentes -decenas de miles- y también por la presencia de las primeras figuras: de Enrique Ponce a José Tomás, de El Juli a Morante de la Puebla, de Sebastián Castella a José María Manzanares.
Para centrar el asunto, lo primero que conviene aclarar es que la fiesta de los toros no va contra nadie, ni quienes la defienden son unos sádicos que disfrutan con el sufrimiento del animal. Y es que a veces sorprende la beligerancia con la que se expresan quienes piden la abolición de las corridas de toros. No se puede llamar bárbaro a quien disfruta del arte del toreo, a menos que quien así se pronuncia pretenda incluir en esa categoría a Picasso o a Hemigway, por citar sólo a dos genios de la cultura. Y hay centenares de ejemplos en la Historia. Podría darse el absurdo de que, en su afán proteccionista, los animalistas provocaran la extinción del toro de lidia, que sobrevive únicamente gracias a las corridas.
Respeto a los animalistas
Ahora bien, sería cerrar los ojos a la realidad ignorar que hay personas -es posible que cada vez más- a las que hiere su sensibilidad un espectáculo como la muerte del toro en la plaza. Hay que respetar ese sentimiento y estar dispuesto a escuchar los argumentos de quienes así piensan. Como también es cierto que determinados espectáculos con animales que no hace tanto tiempo se consideraban aceptables han pasado a ser denostados socialmente. Ahí están las peleas de gallos o de perros. Dicho lo cual, la diferencia entre estas actividades y el toreo resulta abismal.
De entrada, el toreo es una manifestación artística secular cuyo objetivo es crear belleza. Nada que ver, por tanto, con otro tipo de diversiones con las que, a veces, se le pretende comparar. De la misma forma, conviene ser precisos: el sufrimiento animal existe en muchos ámbitos y es muy diverso. Puede existir en las granjas y en los mataderos. Puede emplearse en la búsqueda de determinados productos alimenticios. Existe en los laboratorios. Lo que no debe ser nunca es gratuito.
Alguien como la catedrática Adela Cortina, de un enorme prestigio académico, ha dedicado años al estudio de la ética, sin olvidar a los animales. Su conclusión es clara: los animales tienen "valor", pero sólo los hombres tienen "dignidad". Por eso con los primeros se puede comerciar y pueden ser sacrificados. Cortina aborrece el maltrato, pero nunca se ha pronunciado en contra de los toros.
Un modelo de sociedad
Por otra parte, existe hoy un clima de opinión mayoritario en España favorable a las corridas. Nadie dice que esta situación no pueda cambiar en el futuro, pero quienes se oponen a los toros deberían tener en cuenta esta circunstancia. También que su práctica está amparada por la legislación. Es verdad que en determinadas comunidades ha habido acuerdos políticos para suprimir la fiesta, pero nótese que en ellas el elemento animalista ha sido la excusa: lo primordial era acabar con una manifestación genuinamente española que arraigó en todos los territorios casi por igual y que surgió del pueblo, no precisamente desde las instituciones ni con el favor político.
En el fondo de esta pugna entre taurinos y antitaurinos se debate el modelo de sociedad que queremos. En una sociedad pluralista y democrática, cuanto menos prohibiciones, mejor. La gran virtud de la manifestación de este domingo convocada por la Unión Taurina de la Comunidad Valenciana es que era a favor de unos valores, y llamaba a la participación con este lema: "Los Toros, Cultura, Raíces y Libertad de un Pueblo". Y por eso el grito más coreado de los manifestantes fue "libertad, libertad".
En el manifiesto redactado para la ocasión se asegura que el toreo "va mas allá de ser un hobby o pasatiempo" y que el toro "es un modo de entender la vida, de enfrentarse a la vida con la posibilidad de encontrar la muerte; es una emoción, una elección libre del ser humano". Frente al prohibicionismo, la mejor respuesta debería de ser aquel viejo adagio de Mayo del 68: "Prohibido prohibir".