“A las mujeres los ataques de testosterona sólo les gustan cuando las pillan en la cama”… recuerdo haber leído no sé dónde. Es una manera de verlo. ¿O era? El mundo evoluciona hacia una visión menos radical, menos diametralmente opuesta, entre el ying y el yang hormonal. Entre lo que hace al hombre, hombre, y lo que hace a la mujer, mujer. Y viceversa. Surgen hasta impulsos (como el movimiento queer…) partidarios de mezclarlo toda en la misma coctelera y agitar –que no batir– a ver qué pasa. La androginia puede que sea un síntoma de decadencia social, ya que al fin y al cabo implica anteponer el narcisismo a la reproducción, el placer a la demografía, la altivez de la cicuta al exilio inteligente… pero a efectos individuales roza sin duda la majestad. La libertad suprema de autocreación.
Pero hoy ni esta columna ni yo vamos a ir por ahí. No tenemos ninguna intención de socavar los roles de nadie. Todo lo contrario, si acaso, de reforzarlos… me presentan al doctor Ángel Durántez, de la Clínica Neolife. La Clínica Neolife es un nuevo y puntero centro antiaging en el corazón de Madrid.
El doctor Durántez, que se da un aire a Varoufakis e incluso, según él, a Raül Romeva (aunque yo discrepo, y creánme que lo hago con conocimiento de causa…), empieza a ser conocido en los medios de comunicación por su integral y proactiva aproximación al tema.
Durántez está más en la línea de la vanguardia científica norteamericana que en la onda meramente cosmética de aquí. No busca disimular los achaques sino hacer emerger genuinos yacimientos de juventud oculta y sin explorar. Él tiene claro que el envejecimiento es tan inherente a la vida como que arranca en el preciso instante de la concepción (aunque sólo sea para poner en un compromiso a los defensores del aborto…). Pero inherente no equivale a inaplazable. ¡Que envejezcan ellos! O, incluso mejor: que envejezcan los tontos.
Es mucho, muchísimo, lo que se puede hacer para alargar la vida y sobre todo para alargar su interés, que valga la pena vivirla. Y una de las cosas que se pueden hacer, atención, es tomar testosterona si eres mujer. Ponernos en plan Mafalda-Prometea y sustraerles a los varones su fuego sagrado o parte de él. Su arma secreta para estar siempre como un poco más enérgicos y alborotados… Atributos que, macerados con la sabiduría de nuestros sublimes estrógenos, pueden estar la mar de bien, sobre todo a partir de cierta edad.
Hay hombres venerables que se untan disimuladamente cada día el hombro de testosterona para no perder comba. En teoría la idea es procurar no salpicar a su señora, no vaya a salirle pelín más de vello; pero hay quien, como el doctor Durántez, descubrió que testosteronizarse y remineralizarse y rekryptonizarse él solito no servía de gran cosa si su santa no le seguía el ritmo. Y le sugirió tomar ella más de lo mismo para ponerse a la par. Al principio la dama era reluctante. Era poco partidaria. Hasta que lo probó un poco más, como la tónica. Y ahora pobre de Durántez como se olvide de llevarla al día.
En el mismo plan está Jane Fonda, presumiendo de energía y de ganas de guerra a una edad en que muchas otras tejen a ganchillo las letras de su epitafio. En fin, ¿quién dijo miedo a la testosterona, quién dijo miedo a lo que hace macho al macho? Qué pereza vencer al enemigo. Mejor unirse a él…