La confesión grabada de una exconcejal del PP valenciano sobre el método utilizado para blanquear dinero mediante donaciones falsas pone contra las cuerdas a Rita Barberá, a quien el juez ha pedido que declare voluntariamente antes de elevar la causa al Tribunal Supremo.
María José Alcón, pareja del ex vicealcalde Alfonso Grau, no sólo dijo a su hijo en conversación la conversación telefónica interceptada que ingresaban 1.000 euros al partido después de que la secretaria del grupo municipal les entregara dos billetes de 500, sino que dejó claro que todos los implicados eran conscientes de que estaban cometiendo un delito: "Yo les tenía que hacer una transferencia legal de mi cuenta para blanquear dinero, vamos, corrupción política total", dijo.
La expresiva confesión de esta exedil compromete también a la dirección del PP, que está obligado a pedir el acta a los nueve concejales imputados y a expulsar de sus puestos a los asesores y cargos de confianza que participaron en la trama.
Con la imputación del PP valenciano por blanqueo, el partido político que gobernó la Generalitat y la mayoría de ciudades de esta región durante dos décadas suma una nueva causa a su extenso palmarés de juicios sobre corrupción.
Un caso sobre otro
Y lo cierto es que llueve sobre mojado. El juez que ha instruido el blanqueo investiga también contratos irregulares en la Diputación de Valencia. La cúpula del partido en la etapa de Camps se sentará en el banquillo acusada de delito electoral. Y de los tres últimos presidentes provinciales uno está en prisión y los otros dos afrontan acusaciones por delitos gravísimos. Con este panorama ni parece exagerado afirmar que la reconstrucción del PP en la Comunidad Valenciana requiera la refundación del partido y un cambio de siglas, como en su día pidió la dirección regional, ni pueden extrañar las dudas sobre el compromiso de Mariano Rajoy a la hora de atajar la corrupción.
La decisión de blindar como aforada a Barberá en el Senado para alejar de ella una investigación en la que medio centenar de sus asesores y concejales están imputados agrava la sospecha de que Génova prefiere mirar hacia otro lado. La negligencia de la dirección del PP en este asunto no sólo empaña la imagen de todo el partido, sino que desacredita de forma particular a la gestora que debe recomponer el PP valenciano.
Rebelión de ediles
La resistencia de nueve ediles imputados en esta trama de blanqueo a dejar acta y escaño es inadmisible y pone de manifiesto la incapacidad de la presidenta regional, Isabel Bonig, para imponerse. Huelga decir que si contara de verdad con apoyo de Génova no habría rebajado sus exigencias frente a los implicados a medida que se agravaba el caso.
Bonig empezó asegurando que pediría el acta a quienes resultaran imputados tras declarar ante el juez y ha acabado matizando que actuará cuando se prueben los cargos. El espectáculo invalida su liderazgo como figura emergente en el PPCV.
Génova habrá valorado las consecuencias de proteger a la exalcaldesa en la Cámara Alta. Se puede pensar que el motivo de este blindaje es que Rajoy le debe su reelección como presidente del PP en el Congreso de 2008, o que la operativa del pitufeo fue importada o aprendida de Génova. Pero lo que resulta incuestionable es que la indolencia de la dirección a la hora de imponer disciplina disuade a los electores y desmoraliza a los dirigentes sin problemas equivalentes.
Desaliento de Feijóo
Es lógico, en este sentido, que las dudas sobrevenidas de Alberto Núñez Feijóo sobre si deja o no la actividad política hayan convulsionado a una organización francamente en decadencia. El presidente de la Xunta de Galicia ha deslizado su inesperado dilema pocas horas después de verse con Mariano Rajoy en el mitin de desagravio de Pontevedra.
Puede que Núñez Feijóo se plantee abandonar porque Rajoy lo descarta como sucesor, porque no aguanta su numantinismo -denunciado hace poco por Alberto Garre- o porque no comparta la decisisión que haya podido adoptar el presidente -si es que ha tomado alguna- en clave sucesoria o de cualquier otra índole. Lo que resulta indudable a día de hoy es que el PP se debate entre la corrupción y el desaliento.