Recordaba estos días con cariño la campaña de publicidad que lanzó el Atlético de Madrid en la temporada 2001-2002, esa del niño que se dirije a su padre y le dice: "Papá, ¿por qué somos del Atleti?".
El pasado 20 de diciembre, según me dirigía al colegio electoral, me preguntaba a mí mismo por qué sigo votando al Partido Popular. Antes de depositar mi voto en la urna, y un poco preocupado, llamé por teléfono a mi padre buscando consejo. Él siempre fue un militante de Reforma Democrática, partido liderado por Don Manuel Fraga. Después pedí consejo a un antiguo profesor del colegio, que siempre militó en Unión del Pueblo Español.
Seguí mis pesquisas, preguntando a un buen amigo, que siempre fue de Acción Democrática Española. Incluso le pregunté al médico de la familia, que siempre fue de Democracia Social. Sin ser aún bastante, hablé con el panadero de mi barrio, que siempre tuvo el carné de Acción Regional. Y con un antiguo sindicalista, que nunca dejó de ser de Unión Social Popular. Incuso hablé con el párroco de mi pueblo, hombre de Unión Nacional Española de toda la vida.
El poder omnímodo entregado al presidente del PP desde 1989 ha ido laminando la democracia interna
Con todas esas conversaciones fui recordando los matices y detalles de lo que constituyó en su día el centro derecha dspañol. Coalición Democrática, Partido Liberal, Partido Democrático Progresista, Renovación Española y Partido Demócrata Popular no son sólo siglas integradas inicialmente en Alianza Popular -y posteriormente refundidas como Partido Popular-, sino que eran la representación real de los distintos grupos y familias de lo que desde la primera Constitución Española, de 1812, formaron la familia del centro derecha en España.
Toda aquella sopa de letras era sin duda un conglomerado ideológico fuerte y sano, donde cada partido tenía identidad propia. Aquello perduró hasta el congreso de refundación del PP de enero 1989. Ese congreso permitió llevar al PP hasta la Moncloa, pero el poder omnímodo entregado al presidente del nuevo partido ha ido laminando la democracia interna que requiere toda organización política, tal y como exige el artículo 6 de nuestra Constitución.
Son muchas noches las que contemplo, con sana envidia, los debates electorales del Partido Republicano estadounidense en busca de su candidato para las presidenciales de noviembre. Sin duda, no es fácil poner de acuerdo, dentro del propio partido, a personas de ideologías tan diferentes como las que representan Ben Carson, Ted Cruz, John Kasich, Marco Rubio, Jeb Bush o Donald Trump. Cada uno de ellos responde a los detalles y matices de ese espectro político del centro derecha liberal en Estados Unidos.
¿Por qué no podemos los votantes del PP elegir a nuestro líder como los republicanos en Estados Unidos?
Pero, ¿por qué no podemos los votantes del PP elegir a nuestro líder político como se hace en Estados Unidos? ¿Acaso nuestros matices ideológicos -más o menos conservadores, más o menos liberales, más o menos demócrata-cristianos- no pueden verse reflejados con auténtica libertad y democracia en el seno del partido? ¿Es necesario que soportemos para siempre la tontocracia que representan los líderes del PP?
¿Es necesario que asistamos a los congresos del PP al estilo de las fiestas del Partido Comunista de la URSS? ¿Debemos de seguir contemplando, impasibles, cómo culiparlantes en cámaras y ayuntamientos aplauden al líder artificialmente impuesto hasta que sus manos sangren? ¿Acaso la oligarquía sectaria de los abogados del Estado, de la camarilla sorayiana, de los guardaespaldas del marianismo tienen derecho a usurparnos indefinidamente nuestra ideología conservadora o liberal?
La respuesta a todas mis preguntas es no. Pero ya que no puedo elegir libremente al próximo candidato de mi partido a las elecciones generales, ya que vemos día tras día cómo la organización se desmorona en medio de la pasividad por culpa de las gravísimas sospechas de corrupción y ya que hemos tenido que soportar que nuestro propio líder nos dijera aquello de que "si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya" -y sin embargo seguimos aquí-, deberá permitírsenos recordar que muchos seguimos creyendo firmemente en un programa electoral de centro derecha sencillo. Y ese programa se resume en: Estado de derecho, unidad de España, respeto a la propiedad privada, baja presión fiscal, Estado poco intervencionista y protección de la vida.
Quiero hacer un llamamineto a todas las personas que estén de acuerdo con ese breve programa para que pidan democracia interna en el PP, para que todos exijamos a su organización la convocatoria de un congreso extraordinario de refundación, ya que sería muy triste volver a votar al PP tan solo por miedo a la extrema izquierda. Así podré explicarle a mi hijo por qué sigo votando al Partido Popular.
*** Pedro Muñoz Lorite es abogado.