La decisión de Pablo Iglesias de destituir, con nocturnidad y alevosía, a Sergio Pascual, secretario de Organización de Podemos, encierra al menos dos propósitos. El primero, reafirmar de puertas adentro su autoridad frente a Íñigo Errejón, valedor del ahora defenestrado. El segundo, enviar un aviso a quienes pudieran tener la tentación de discrepar de la estrategia que él marca en las negociaciones para formar gobierno.
El detonante de todo ha sido la crisis del partido en Madrid, negada una y otra vez desde la dirección de Podemos y presentada como un intento de desestabilizar al partido desde fuera. Pero la realidad es que el malestar interno existía y por eso el apoyo de Iglesias al máximo responsable regional, Luis Alegre, fue respondido con la dimisión en bloque de una decena de cargos intermedios, todos ellos afines a Errejón.
Al deponer a Pascual, Iglesias lo señala como responsable de la deriva madrileña y, seguramente también, de otros incendios que tiene Podemos en distintas comunidades, donde ha sido necesario nombrar gestoras provisionales. Pero Iglesias también reafirma su jefatura ante unos movimientos que podrían interpretarse como escaramuzas de Errejón para disputarle el liderazgo.
De fondo, la estrategia
Es sabido, en este sentido, que el número dos de Podemos no es tan tajante como Iglesias en relación a las negociaciones para formar gobierno. Al parecer, Errejón sería más proclive a facilitar la gobernabilidad, siquiera con la abstención, para acabar con la era Rajoy y evitar nuevas elecciones. Carolina Bescansa, diputada y cofundadora de Podemos, ha admitido "discrepancias tácticas" entre Errejón e Iglesias.
Así las cosas, no es casual que Juan Carlos Monedero, partidario de la rama dura de Podemos, que tuvo que hacerse a un lado tras perder el pulso ideológico con Errejón, remitiese este miércoles un mensaje a las bases en el que arremetía duramente contra éste, aun sin citarle, responsabilizándolo de la crisis de Podemos en Madrid. Y con Monedero, varios dirigentes cerraron filas en torno a Iglesias, caso de Irene Montero o Rafael Mayoral. Ambos justificaron la destitución de Pascual y la diputada sugirió que podría haber incluso nuevas purgas, al afirmar que la depuración de responsabilidades "sigue su curso hasta que los problemas organizativos estén resueltos".
No deja de sorprender que un partido con apenas dos años de vida y que acaba de estrenarse a lo grande en el Congreso se vea sacudido por este tipo de problemas. También es muy reveladora la respuesta de Pablo Iglesias: puño de hierro. Y es que, aunque los estatutos le habiliten para cortarle la cabeza al número tres sin más explicaciones, no deja por ello de ser un gesto más autoritario que de autoridad. Quien se presenta como adalid de la democracia interna en los partidos políticos no parece predicar con el mejor ejemplo.
Falta de pluralismo
Con razón, el secretario de Organización del PSOE, César Luena, salió al paso para subrayar que una resolución como la de Iglesias no se podría tomar en su partido, ya que se adoptan en órganos colegiados "donde deciden más personas que el líder máximo".
Las razones esgrimidas por Iglesias para justificar su decisión tampoco destilan pluralismo ni respeto por las sensibilidades internas. En un escrito a las bases, el secretario general de Podemos ha dejado clara su intención de aplacar cualquier posible disidencia. Tras señalar como traidores a quienes no sigan la línea oficial -"es crucial que todos y todas estemos a la altura y no hagamos el juego a nuestros adversarios"-, asegura que en su formación "no hay ni deberá haber corrientes ni facciones que compitan por el control de los aparatos y los recursos". Y todo ello en un documento titulado "Defender la belleza". No cabe mayor cinismo.
Aunque habrá que esperar para comprobarlo, es posible que con su demostración de fuerza Iglesias haya aplacado las voces críticas en su partido; ahora bien, esa forma despótica de ejercer el poder podría pasarle factura ante los electores. Pablo Iglesias ha mostrado en público su otra cara.