Conforme avanzan las investigaciones sobre los atentados de Bélgica, más motivos tienen los ciudadanos europeos para exigir a los 28 una solución urgente a los fallos de seguridad detectados. La desconfianza entre los servicios secretos ha dado lugar a problemas de coordinación inaceptables. Por otro lado, la burocracia eterniza la puesta en marcha de medidas necesarias frente a la amenaza.
En la reunión mantenida por los ministros del Interior de los Estados de la Unión, Bélgica ha propuesto que se permita la intervención de conversaciones de sospechosos por Skype o WhatsApp. Se trata de una medida controvertida que, al afectar a derechos fundamentales como la privacidad y secreto de las comunicaciones, no se puede aceptar de manera discrecional y sin garantías, aunque es preciso contemplar medidas especiales ante emergencias de seguridad.
Conmoción y desconfianza
No es de extrañar el clima de solidaridad y pesar de la cumbre de ministros, como tampoco que la oposición belga haya exigido una comisión de investigación para pedirle cuentas a un Gobierno débil y tambaleante tras los errores cometidos antes y después del ataque terrorista.
Existe una responsabilidad particular de las autoridades belgas como existen mejoras ineludibles en lo que refiere a la defensa común. El problema es que la vulnerabilidad de uno afecta a la seguridad de todos. Por lo que atañe a Bélgica, el premier Charles Michel no ha aceptado las renuncias de sus ministros de Justicia e Interior, Koen Geens y Jan Jambón, alegando que sus departamentos deben estar ahora a pleno rendimiento. Es verdad, aunque también es cierto que sobran los motivos para echarles.
Tormenta de reproches
La confirmación de que las matanzas de Bruselas y París fueron perpetradas por la misma célula, y que dos de los kamikazes viajaron a Siria y regresaron sin problemas a Bélgica, han desatado una tormenta de lógicos reproches.
La Fiscalía negó que Turquía avisara de la deportación en julio de uno de los kamikazes, pero luego admitió que los hermanos El Brakaui eran buscados por sus conexiones terroristas: es decir, no eran delincuentes comunes como habían informado. También llaman la atención las quejas de Francia por la falta de colaboración belga tras los atentados de París. Y es insólito que, siendo Bélgica un país penetrado por yihadistas, sus servicios secretos desoyeran a la inteligencia estadounidense, que les emplazó a una reunión de trabajo tras los atentados de noviembre.
Manadas de lobos
Por otro lado, la opinión de Leandro Di Natala, especialista del Centro Europeo de Inteligencia y Estrategia y de Seguridad entrevistado por EL ESPAÑOL, abunda en los peores temores. En su opinión, en la organización de los atentados de París y Bélgica participó una treintena de personas más de las identificadas hasta ahora. De ser así, la organización Estado Islámico contaría no ya con lobos solitarios dispuestos a atentar en suelo europeo, sino con auténticas manadas de fanáticos prestos a colaborar con ellos.
Por lo que refiere a las medidas pendientes a nivel europeo, es inconcebible que los registros compartidos de viajeros desplazados a zonas calientes, la penalización del adiestramiento pasivo de terroristas o el refuerzo de los controles fronterizos, sean propuestas atascadas en las administraciones, pendientes de su ratificación en la Eurocámara desde hace meses. Si Europa admite que afronta una situación de guerra, lo mínimo exigible es que sea coherente y se comporte como tal en todos los aspectos; también en lo que refiere a extremar la colaboración entre aliados.
Es lo que quizá quiso decir el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando, con la insufrible torpeza que le caracteriza, dijo que "no hay mal que por bien no venga" antes de empezar la cumbre. Un refrán desafortunado mientras Europa llora a las 31 víctimas mortales y centenares de heridos provocados por los ataques terroristas.