Sí. En la Universidad Islámica de la Complutense casi todo seguía igual. Sólo si ponías mucha atención, reparabas en detalles mínimos, como el lema incrustado en el logo de la institución. En vez de Libertas Perfundet Omnia Luce (La libertad ilumina todas las cosas) aparecía un misericordioso Alá es grande. Los católicos seguían practicando su religión, con una diferencia: los signos externos religiosos habían sido eliminados. Las cruces desaparecieron fuera de los templos así como las campanas de las espadañas. Parecido a lo que sucedió durante décadas en estados islámicos como Qatar, donde los españoles emigrantes en las primeras décadas del siglo XXI para asistir a misa debían viajar a las afueras de Doha, en los límites del desierto, hasta llegar a una vivienda de planta baja cuyo interior albergaba un templo con todas las de la ley del Dios de los cristianos.
El patrón de Al-Andalus en la renovada España dejó de ser Santiago Apóstol, Santiago 'Matamoros' en los tiempos gloriosos del catolicismo patrio. Santiago fue sustituido por San Gabriel, el arcángel que se le apareció a Mahoma a principios del siglo VII para anunciarle que Alá era el único Dios verdadero y él, su profeta señalado. La Monumental de Barcelona acabó finalmente siendo una gran mezquita; desde luego, como decían los piadosos musulmanes, no un circo donde se mataban toros como antaño o cristianos como en los tiempos de la remota Roma…
Podríamos continuar escribiendo líneas y líneas dejándonos llevar por el sueño febril de una exageración. Pero no, tan inquietante fantasía no se cumplirá. Tampoco la aventurada por el escritor Michel Houellebecq para el año 2022 en Francia. En su novela Sumisión recrea la victoria en las elecciones francesas de un partido islámico conservador dirigido por un tal Mohamed Ben Abbes tras derrotar a la candidata del Frente Nacional gracias al apoyo de los socialistas y de la derecha centrada.
España seguirá siendo España, o lo que quede, ya veremos. Desde luego, no será Al-Andalus, aunque, como escribiría un relativista frívolo tan común por estos lares, “tampoco estaría tan mal, seríamos por fin la capital de Europa, Eurobia, en vez de la Bruselas del estado fallido de Bélgica”. No hay mal que por bien no venga, podría añadir el ministro del Interior, Jorge Fernández, pese a su pétreo catolicismo.
Cuando Orianna Fallaci, la periodista italiana radicalizada en sus últimos años de vida, publicó en 2001 su ensayo La rabia y el orgullo, las Torres Gemelas acababan de ser abatidas por extremistas musulmanes que habían transitado por Afganistán, por España (Tarragona), con conexiones con Bruselas, y finalmente inmolados en Nueva York, llevándose por delante a 3.000 inocentes. En ese momento, Fallaci, que había informado desde las grandes guerras de la segunda mitad del siglo XX, alertó sobre la yihad (la guerra santa) declarada a Occidente. En su arrebato por transmitir de manera clara su mensaje apocalíptico, con gran oficio para fijar la atención del lector con una sola palabra, inventó el término Eurabia, contracción de Europa y Arabia. El surgimiento de la nueva civilización hermafrodita.
Orianna Fallaci vertió un caudal incontenible de frases extremas que taparon el fondo real y verdadero de la cuestión. Acusó a Alemania de ser sucursal del imperio otomano, a España de llevar aún el Corán en la sangre, alertó de que dado que los musulmanes se reproducen “como ratas” pronto dominarán y suprimirán las leyes occidentales, afirmó que los yihadistas habían iniciado una guerra dirigida al aniquilamiento de nuestra forma de vivir y de rezar, o de no rezar, de beber, de vestirnos, de divertirnos, de informarnos, con el objetivo de suprimir nuestra cultura y civilización.
El libro fue engullido por el vacío de lo políticamente correcto, silencio al que contribuyó también su muerte poco tiempo después. Para librar de la hoguera la memoria de la gran periodista se especuló con que la medicación contra el cáncer habría afectado a su equilibrio mental, lo cual es dudoso: ella siempre actuó de manera libre, espontánea, pisando los callos necesarios en defensa de sus ideas. De hecho, prefería escribir cojones a testículos.
Quince años después (trágicamente salpicados por sucesos como el 11-M en Madrid, con 192 muertos; el 13-N en París, 130 fallecidos, o el 22-M en Bruselas, con 31 muertos de momento) Europa admite estar en guerra contra los yihadistas. Los principales países de la (des)Unión Europea extreman sus medidas de seguridad ante nuevas acciones terroristas y bombardean el Estado Islámico. Fallaci llevaba razón al hablar de guerra.
¿Una solución contra la yihad?
No. Soluciones milagrosas contra el terrorismo no hay. Lo milagroso, en estos tiempos banales e inconsistentes en que vivimos y nos desvivimos, sería ser capaces de hacer una reflexión profunda del problema del terrorismo islamista que supere al análisis de barra de bar o de politiquillo a la caza del voto fácil. Como por desgracia España posee una gran experiencia en la materia, nuestro país debería desempeñar un papel protagonista en el diseño de una estrategia europea frente al terror yihadista. Cuestión diferente es si España está en situación de diseñar algo, a punto de convertirnos en una perezosa y destartalada lavadora en posición de centrifugado y con la tapa abierta.
Durante cerca de medio siglo sufrimos cientos de atentados de ETA. Diferencias aparte, hay al menos dos coincidencias entre etarras y yihadistas: el propósito de alterar una manera de entender la vida atemorizando y horadando el sistema democrático, y la cobardía de sus actos.
El mejor aliado del terrorismo es la debilidad. ¿Por qué Bélgica se ha convertido en nido de extremistas del Corán, siempre tan aseados segundos antes de inmolarse, camino de abrazar a sus huríes? Porque es un estado fallido, descoordinado policialmente, administrativamente y lingüísticamente. Bélgica es un reino de taifas entre flamencos y valones, unos mirando hacia Francia, otros hacia los Países Bajos y otros hacia Alemania. ¡Qué frivolidad, por cierto, decir que España es feliz sin gobierno como sucedió en Bélgica! Sí, ahí están los resultados del desbarajuste.
¿Cuándo comenzó la derrota del terrorismo etarra? Cuando el Estado democrático español actuó de manera implacable con todo el peso de la ley, pero no más allá de la ley, sin atajos como los GAL que realimentaron la causa terrorista. Con una España constitucionalista unida frente a ETA, ilegalizando partidos proetarras, actuando contra el proselitismo terrorista o contra la kale borroka, dejando claro quiénes eran las víctimas y quiénes los verdugos, coordinando esfuerzos policiales entre España, Francia o Estados Unidos… Entonces, como ahora, se buscaban explicaciones de por qué había tantos asesinatos. La contestación, sin entrar en complejidades necesarias de analizar, era básicamente sencilla: había tantos asesinatos porque había muchos asesinos sueltos. Llámense etarras o yihadistas.
Si el mejor aliado de la revolución es la miseria (odio y miseria, mala mezcla), la debilidad es el nido ideal para el acomodo y la impunidad del terrorista. Sin leyes comunes, sin policías coordinadas, en reinos de taifas… Sucedió en Bélgica. ¿Qué futuro espera a España? Produce desazón y vértigo contemplar cómo partidos (PP, PSOE y Ciudadanos) con valores compartidos juegan al escondite con los pactos. Luego tenemos a Podemos, pero no sabemos lo que queremos. Tal situación dentro de un país con un nacionalismo disgregador cuya estrategia, para conseguir su fin, es debilitar el Estado. Esperemos, por tanto, no llegar a la peor versión de Al-Andalus: ser cuna de binlandens y no de Averroes.
¿Domingo de Resurrección?
No. Nunca me salieron las cuentas. Si Cristo murió el viernes por la noche y está resucitado a las 0,01 minutos del domingo, ¿por qué se dice que resucitó tres días después? Habría que hablar del Lunes de Resurrección. Ganaríamos un día de vacaciones. ¡Tonterías mías! Aquí lo único que se prolongará es la gran torrija inoperante de partidos incapaces de alcanzar un acuerdo.
El miércoles próximo, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias intentarán resucitar el acuerdo, obligados por una cuestión de fe y supervivencia: Susana Díaz y rebeldes como Errejón amenazan con meterles la lanza de Longino en el costado. Rajoy cree en su resurrección. Igual le da vestirse de Cristo de las Injurias que de la Buena muerte o de Cristo de las Batallas. Llamémosle Lázaro, no Mariano.
La cuarta incógnita es qué sucederá con El Deseado, El Escogido, la Estrella de Mañana, El Unigénito del centro. La gran duda es si Rivera llegará a ser verdadera alternativa a la presidencia del Gobierno en unas nuevas elecciones. Cita a Churchill defendiendo su optimismo: “Porque es lo más útil, lo contrario no sirve de nada”. Pero con optimismo no se solucionan los problemas. Que se lo pregunten al 'Kichi' en Cádiz. Está por ver, por ejemplo, qué haría con el problema catalán y vasco. Albert puede serlo todo, como líder del PPC, el Partido Popular de los Ciudadanos, o convertirse en otra flor pasajera del centro. Rajoy, curiosamente, será su jardinero fiel o infiel.