Parece que en Cuba ya se puede hablar de las UMAP, las tristemente célebres Unidades Militares de Ayuda a la Producción, campos de internamiento y trabajos forzados donde el Gobierno cubano encerró a homosexuales, religiosos, intelectuales, disidentes y cualquier otro “elemento sospechoso” entre 1965 y 1968. Poco a poco se empiezan a decir y reconocer cosas y casos, a recopilar testimonios, a hacer visible aquel triste episodio.
La psicóloga Carolina de la Torre, profesora de la Universidad de La Habana, está a punto de publicar un testimonio novelado sobre su hermano, Benjamín de la Torre, que se suicidó en 1967, justo después de salir de uno de esos campos. En una entrevista reciente reconoce las dificultades “para averiguar y escribir de este tema en mi propio país”.
En efecto, durante mucho, demasiado tiempo, se evitó en Cuba cualquier investigación sobre este escabroso asunto, o se restó importancia a informaciones y testimonios que aparecían fuera de la isla: el tema siempre estuvo “bajo sospecha”, y esa situación sólo empezó a cambiar tras el reconocimiento oficial que hizo el victimario: en entrevista con el diario mexicano La Jornada, el 31 de agosto del 2010, luego de algunas dudas y circunloquios retóricos, Fidel Castro declaró públicamente: “Soy el responsable de la persecución a homosexuales que hubo en Cuba... No lo supimos valorar... Sabotajes sistemáticos, ataques armados, se sucedían todo el tiempo: teníamos tantos y tan terribles problemas, problemas de vida o muerte, ¿sabes?, que no le prestamos suficiente atención”.
En una reciente investigación se recogen testimonios de aquellas 'academias para producir machos'
En realidad, hubo más bien un exceso de atención. Para el joven historiador cubano Abel Sierra Madero, las UMAP no pueden ser entendidas como una institución aislada, sino como parte de un proyecto “orientado al control social y político. Es decir, como una tecnología que involucró los aparatos judicial, militar, educacional, médico y psiquiátrico”. En una reciente investigación publicada en la revista Letras Libres, y luego, en versión ampliada para Cuban Studies, Sierra Madero analiza con lucidez y un implacable acopio de testimonios la ideología castrista que sostuvo aquellas supuestas “academias para producir machos”.
No era sólo cuestión de un discurso homofóbico o excluyente que proponía, por ejemplo, expulsar de los centros de enseñanza superior a los “elementos contrarrevolucionarios y homosexuales”, e impedir así su ingreso en la universidad. El proceso de “depuración” era más complejo y tenía lugar a todos los niveles. Una vez que las purgas universitarias finalizaban, los jóvenes señalados por una amplia gama de razones que incluían desde llevar el pelo largo, ser testigos de Jehová, oír “música del enemigo” o no estar “incorporado” (no tener trabajo fijo o no pertenecer a organizaciones de masas) quedaban “expuestos y a merced del Estado”.
Los CDR hacían censos para identificar a los desafectos, estimulaban la delación a través de un Centro Nacional de Información, y todos esos datos acababan compartidos por el Ministerio del Interior y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que se encargaba del reclutamiento forzoso. Sencillamente, no había cómo escapar. Más que “falta de atención”, una atentísima maquinaria orwelliana se ponía en marcha para ocuparse de quienes no encajaban en el molde del “hombre nuevo”.
A algunos internos se los sometía a tratamientos con electroshock y comas inducidos con insulina
La investigación de Sierra Madero se centra en ese concepto, asociado “a un campo ideológico más amplio de homogeneización social en el que la moda, las prácticas urbanas de sociabilidad, los credos religiosos y la actitud ante el trabajo fueron elementos claves para armonizar con la visión normativa oficial”. Los testimonios que ha recogido -incluidos los de varios psicólogos que consultaban en los campos- dibujan un escenario infernal: desde tratamientos de hormonoterapia hasta un gigantesco plan de “higiene revolucionaria” que convertía a los internos en fuerza laboral casi esclava o los sometía a experimentos de tipo conductista y reflexológico, en los que se llegó a emplear el electroshock. Otros testigos hablan de torturas con electrodos o tratamientos que incluían comas inducidos con insulina.
Recientemente, la gubernamental revista Temas dedicó un artículo de su director, Rafael Hernández, a “la hora de las UMAP”. Allí se afirma que hubo más de 25.000 internos “entre los más de 70 campamentos, esparcidos por los llanos de Camagüey”. El periodista José Jasán Nieves daba cuenta en noviembre de un encuentro de varios ex internos de los campos -hoy asociados al Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-, con sus guardianes, que en aquella época eran jóvenes revolucionarios, convencidos de llevar a cabo una importante “tarea de la Revolución”. Uno de ellos, antiguo sargento, es ahora pastor de la Iglesia Hermanos en Cristo. Y clama, por supuesto, por el perdón.
Un activista ha pedido a Raúl Castro que se disculpe y acepte su responsabilidad en las UMAP
Parece, sin embargo, que en este tema hay distintas ideas sobre la memoria y el perdón. En diciembre pasado, tras ver un documental sobre Mariela Castro y “la Revolución de los homosexuales en Cuba”, el activista LGBT Jimmy Roque publicó en el diario electrónico Havana Times un artículo en el que pedía al general Raúl Castro que se disculpara y aceptara su responsabilidad por el internamiento de homosexuales en las UMAP. “Es momento ya de que pidan disculpas por ese acto de penalización, exclusión y castigo al que fueron sometidos miles de homosexuales y cubanos con una 'conducta impropia'”, escribió el activista.
En su nota, Roque también se refiere a una supuesta investigación sobre el tema que el Centro Nacional de Educación Sexual, dirigido por la hija de Raúl, Mariela Castro, estaría impulsando desde 2011: “¿Dónde está esa investigación? ¿A cuántas personas ha entrevistado? ¿Quiénes la están desarrollando? ¿Cuándo y dónde se presentarán los resultados parciales (y a esta fecha, hasta finales)?”.
Dos meses después, en febrero, otra activista cubana, Yasmín Portales Machado, se atrevió a citar un fragmento del texto de Roque en su bitácora sobre diversidad sexual, Proyecto Arcoiris, alojada en la plataforma oficialista Reflejos. El texto fue censurado y el blog cerrado tras una sucinta explicación sobre cómo se habían violado “las normas de participación del sitio” con un texto “difamatorio de la Revolución”.
En el fondo, estamos ante un Estado totalitario que legitima la violencia contra el disenso
Se empieza a hablar, entonces, del asunto pero todavía en voz baja, en sitios cerrados o en publicaciones que no tienen un impacto real y masivo dentro de Cuba. Se reconoce que aquello estuvo mal. Pero aún hay censura. No se habla, todavía no, de lo que está en el origen de las UMAP y de muchos otros experimentos similares que parecen inseparables de la construcción de “una nueva sociedad”: el poder devastador que ha ejercido un Estado totalitario contra todas las formas de disenso. Esa manera en que una vida de pronto es reducida a nada, deja de importar, deja de contabilizarse, y toda violencia entonces se vuelve legítima, “natural”, exenta de responsabilidad. Porque si se llegara ahí, ¿cómo podríamos ignorar la represión actual contra los disidentes, o ese monopolio de la voz política y la sistemática violación de derechos humanos en la isla?
Tras el fenómeno UMAP no había, como dice un analista recién recuperado de su amnesia de varias décadas, una “tormenta perfecta” de circunstancias propias de los años 60, sino la idea de que toda conducta que no encajara en el molde de unanimidad ideológica no sólo era criticable sino punible: merecía ser castigada, aislada, sometida incluso con las peores vejaciones que podamos imaginar. Lo cual volvió a aflorar en 1980, cuando los sucesos del Mariel, y sobrevive hoy como ideología básica de las fuerzas represivas.
Supongo que tendremos que esperar otros 50 años para que un día, a alguien de alguna publicación electrónica no demasiado leída en Cuba, se le ocurra que eso de apalear disidentes tampoco estaba bien.
*** Ernesto Hernández Busto es ensayista cubano.