Es en ese preciso instante en el que un humorista decide pasarse siete pueblos para añadir a su viñeta, abrumado por los rigores del deadline, media tonelada de sal gorda en vez de cinco miligramos de humor inteligente, donde se alzan los límites de la libertad de expresión.
Es ahí, precisamente ahí, en la Zona Cero de la bufonada, de la ordinariez, del chiste fácil, donde toca mantenerse firme, puesto que se trata de aquello por lo que, precisamente, estamos luchando en esta guerra absurda e invisible.
Es ahí, en portadas como la última de Charlie Hebdo, donde reside el quid de esta cuestión: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión? ¿Existe algún límite? En tal caso, ¿cuál es, o en qué consiste: las leyes, el respeto mutuo, el maniqueo “mis-derechos-terminan-donde-empiezan-los-del-otro”…?
Apenas queda nada nuevo que responder, ni que añadir, más allá de lo que vemos: un caricaturizado Stromae –cantante belga conocido por su maestría para facturar temas bailables con letras dramáticas que tratan sobre trágicos temas como el cáncer o el paro– pregunta “Papá, ¿dónde estás?”, en alusión a una popular canción dedicada a su padre, que falleció en el genocidio ruandés de 1994. A su alrededor, le responden miembros amputados –un par de brazos, una pierna y un ojo– con un “aquí”, mientras la bandera belga ejerce como telón de fondo. El chiste gana si es contado por un beau-frère parisino a partir de las cuatro de la madrugada, en el fondo sur del pub de turno y al filo de una penúltima copa.
La portada podrá tener más o menos gracia, o ser más o menos oportuna, dependiendo del sentido del humor de cada lector. Pero lo último que debemos hacer por ello es prohibirla. Desde luego, hay que echarle un par de huevos para firmar ese chiste cuando acaban de matar a 32 personas los mismos que tirotearon a tus 12 compañeros.
Aun así, confunde el dibujante, un tal Riss, chistoso superviviente de una lejana matanza en la que –curiosamente- resultó herido, la libertad de expresión con la de ‘explosión’ que provocan sus viñetas, otorgando así alas al censor para reafirmar sus rencores inquisitoriales.
Me quedo con la respuesta del único belga que ha sabido ponerse a su altura: “¿Cómo responder a la portada de Charlie Hebdo sobre los atentados de Bruselas? Pufff… ¡Ni siquiera podemos pegarle un tiro en la nuca porque eso ya se ha hecho!”. Ahí. Es ahí donde radica la libertad de expresión. En esa respuesta: la posibilidad de devolver el golpe recibido.
Y haciendo uso del humor.
Igual de negro, llegado el caso.