Con la entrevista de hoy entre Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias acaba la función. Nos vamos de cabeza a nuevas elecciones. Es cierto que nada hay imposible: hasta Oleguer Pujol se hizo llamar Olegario -¡penitenciagite!- para maquillar su identidad y poder camuflar un fortunón en Panamá.
La política, como la vida misma, también tiene su parte de teatro. ¿Recuerdan la cantidad de municipios y comunidades autónomas que se apuntaron a la campaña con la que se pretendía desarrollar un plan de acogida para los refugiados sirios? Había que ver cómo competían unos y otros por ver quién era más solidario.
Se habló de "ciudades refugio", de crear un corredor marítimo entre Valencia y Grecia para evacuar a las víctimas de la guerra, de fletar un barco para traer, de una tacada, a un millar de sirios. Pues bien, podrían contarse con los dedos a los que salvamos del infierno. Eso sí, los promotores lograron su objetivo: señalar la crueldad del Gobierno de Rajoy y mostrar al mundo su extraordinaria bondad.
En el caso de las negociaciones para la formación de gobierno, que todo este tiempo hayamos estado asistiendo a una representación no signifca pérdida de tiempo. Ya sabemos, por ejemplo, cuál es el suelo electoral del PP: aunque presentara a la cabra de la Legión como candidata a la Moncloa, no caería del 28% de los votos. Rajoy no ha dado un balido en tres meses -como quien dice- y sin embargo ninguna encuesta lo baja de ese pedestal.
Pedro Sánchez tampoco tiene motivos para la queja. Acabó dentro de un ataúd el 20 de diciembre del que ha salido, jovial, para erigirse de nuevo en aspirante al todo o nada. Iglesias ha tenido tiempo de rechazar una vicepresidencia barataria y a Rivera le salen las cuentas por el centro.
Baja el telón. Acaba el espectáculo. Se encienden las luces. Salimos ordenadamente a la calle y reparamos entonces en que todo sigue igual que antes.