Cuando Ben Sanderson llegó a Las Vegas no recordaba si había empezado a beber porque su mujer le había dejado o si su mujer le había dejado porque había empezado a beber. La cuestión es que, sumido en una resaca permanente, estaba en Las Vegas para dejarse morir.
Nosotros no sabemos qué fue antes, la devaluación del político o su depreciación. Es decir, si el innegable deterioro de la calidad discursiva nos obligó a ajustar el precio al valor o si, por el contrario, de la aplicación previa y deliberada de un modelo low cost se derivan las consecuencias por todos conocidas.
Es evidente que cada legislatura ha tenido su Rufián. El problema es que la proporción de rufianes de la undécima supera la dosis asimilable por el órgano legislativo. Esa es la explicación médica para nuestra resaca.
El otro día en sede parlamentaria un diputado en mangas de camisa se refirió a otro como “cuñado”, a lo que siguió el aplauso entusiasta de todo su timeline, que prorrumpió en elogios como zasca, LOL y XD. Hasta el debate más técnico en la comisión más necesariamente aburrida de este Parlamento en modo simulacro termina por adquirir un desagradable tono fanzine.
Es verdad que el 20 de diciembre no trajo una tregua electoral, como suele suceder tras unas elecciones, sino una exacerbación de la campaña. El socialista Antonio Hernando se acaba de enterar de que Podemos jamás quiso un acuerdo con el PSOE y en lugar de velar por una salida digna de su centenario partido de la mesa de negociación arguye en una carta que hubiera admitido el 70% de las propuestas de Pablo Iglesias.
A causa de la debilidad de su liderazgo, el gran peligro para la izquierda institucional -no sólo en España sino en toda Europa- es sucumbir a la tentación populista. La carta de Hernando transmite la imagen de un PSOE sorprendido y mendicante. Desde que comenzaron las negociaciones, resultaba obvio que el referéndum en Cataluña y la composición del gobierno iban a ser los dos grandes obstáculos para el acuerdo. Los grandes, creíamos, no los únicos. Yo al menos esperaba que mediara una distancia mucho mayor entre el partido de Felipe González y quien le acusa de tener las manos manchadas de cal viva. Es decir, que el PSOE hubiera asumido de una vez lo que Podemos se ha hartado de proclamar: que la dialéctica populismo/constitución ha sustituido al tradicional eje político de izquierda/derecha.
“En otras como regeneración democrática o lucha contra la corrupción es evidente que partimos de posiciones muy cercanas", escribe Hernando y uno se pregunta si la confesión no ha ido demasiado lejos. Pedro Sánchez está tan necesitado de alcanzar el poder que parece ser el único que ha olvidado que la campaña ya ha arrancado.