100.000 aficionados yugoslavos en el Estrella Roja de Belgrado animando a su selección jugándose contra España estar en el Mundial de Argentina’78. Minuto 76 y con el marcador a favor por gol de Rubén Cano, Juanito abandona el terreno de juego y cual César implacable evidencia con su pulgar que están eliminados. Un botellazo de cristal lo deja en el suelo cubierto de sangre que en su televisor se vio de un color negro bastante mortecino.
8 años después con el Real Madrid, después de perder 2-0 en la ida en la semifinal de la UEFA frente al Inter, en vez de abandonar cabizbajo, Juanito plantó cara a los italianos recuperando una frase copiada a no sé quién pero que él hizo mítica: “90 minuti en el Bernabéu son molto longos”. Con la entonación apropiada y en perfecto macarrónico. El partido no se televisó, pero la noticia corrió como la pólvora. En la vuelta en el Bernabéu, la cancha madridista presionó a los trasalpinos desde antes de que Santillana marcara el primero en el minuto 12. Juanito lo avisó y la grada lo demostró. Tres se llevaron los neriazzurri despidiéndose de la competición.
Juanito era la gasolina y el Bernabéu la mecha perfecta.
La primera vez que vio un partido en el Bernabéu pagando entrada sin colarse también estaba Juanito de por medio. Había cobrado su primer sueldo e invitó a sus dos mejores amigos a los octavos de la UEFA. Había que remontar un 5-1 contra el Borussia de Mönchengladbach. Bastó que en la primera jugada el balón terminara estampado contra la valla metálica de la publicidad de un zapatazo para que el estruendo significara que comenzaba la función. ¡Boum!
Valdano describe aquel Bernabéu como un cataclismo por el ímpetu de la afición. Gritó, se desgañitó, cantó todo el repertorio blanco y abrazó con lágrimas en los ojos a un matrimonio de Fuenlabrada cuando Juanito dio los pases oportunos que se convirtieron en gol. El de Fuengirola celebraba los goles con el respetable rugiendo los goles en el mismo tono que la grada. Parecía uno más del barrio.
Dos años después debía de quedarle poco césped a Juanito cuando le pateó la cabeza a Matthäus, rojo de ira perdiendo un partido. Nunca más volvió a competir en Europa. Los cinco años de sanción llegaron en el ocaso de su carrera pero ningún grande se despide sin hacer ruido o si no recuerden el cabezazo de Zidane a Materazzi.
Por eso apostó a que el Madrid no pasaba después del 2-0. Había que hacer una salvajada para garantizarse el consuelo: Si perdía se llevaba una alegría al ver a su equipo en la semifinal y si acertaba se consolaría pegándose una de esas a las que no está acostumbrado.
A eso llama él invocar un espíritu canchero como el de Juanito, a encontrar la epopeya hasta debajo de las piedras.