Sabíamos que la izquierda patria no andaba una hora atrasada, sino un siglo, dos; quién sabe, pues cuando esta izquierda parece que quiere llegar a una conclusión, se le va el tarro hacia el mojito castrista y hacia las causas del pueblo saharaui, tan dignas como lejanas. En este retraso histórico de la izquierda hubo siempre una conciencia metafísica, con infarto de lucidez, que fue la de Julio Anguita. Pero Anguita fue el asa del cubo del comunismo nacional; uno lo cogía, otro lo soltaba, y hoy se le ve al Califa en su chocheo marxista cordobita, con su poquito de dominó, su corazón rojo, su andar por la Judería y redactando esos papelotes que quieren traernos la III República como fruta madura.
Una vez, paseando con Anguita por Córdoba, me habló de la "necesidad lógica y económica de la unidad de España" como unidad de mercado. Pero a pesar del pobre Anguita, la izquierda española nos resulta hoy un gazpacho de vacíos donde hay comisarios políticos en la red social del pajarito azul: allí donde surgen disensiones a cuenta de lo que se dice en El Hormiguero, que no es el Congreso: o sí...
Y resulta que ahora, después de episodios de alcoba y de transfuguismo (en Podemos se tiene que ligar tela), Pablo Iglesias vuelve a aceptarle el diálogo a Alberto Garzón cuando el de Vallecas se ha quemado de éxito y va aplazando, con fortuna, su muerte política pensando en junio. Y yo, que conozco el paño, anuncio un frentepopulismo convergente que a uno le salve los muebles y, al otro, lo convierta en adalid sereno de la izquierda. "Fuga hacia adelante", me dicen otros.
La historia de este otro pacto del abrazo se conoce: hace unos años fue Iglesias quien recogió a Garzón en Atocha para llevarlo a 59 segundos: elecciones de 2011. España, entonces, se vino a sorprender de la locuacidad de Garzón: joven, bien preparado, malagueño de adopción y ducho en la mayéutica de llevarse al huerto a la guapa gente de Económicas.
Hoy a Errejón se lo llevan los demonios, pues el niño con el que sueña mi madre, febril después del Telediario, cree en Podemos como franquicia tranquila; a los altos quemados de IU Madrid, también. "Prefiero no hablar de la traición de semejante persona (Garzón)", me contaba, con precauciones, un referente de la IU más sentimental que se me despiojó de metáforas, como se ve en el entrecomillado.
Ni Gasparín ni los viejos rojos de Andalucía perdonan al "niño Albertito" (así llaman a Garzón) sus teles, sus amistades, sus bajadas de pantalones y sus junteras, pero coaligados todos igual tocan pelo, y tocan las narices. Y ven el Cielo así, de refilón: antes de asaltarlo.
Sorpresa, y sorpasso, y Errejón vs PI.