La izquierda anda redescubriendo la República desde tiempos de la República. Hay una añoranza de la República, en parte justificada y, en mayor medida, fabulada.
La izquierda cuenta la República como cuentan algunos -cada vez quedan menos- las historias de la mili. La memoria tiende a idealizar el pasado. La verdad, la puta verdad, es que la instrucción era insufrible, las horas muertas pudrían la vida en el cuartel y el sargento chusquero era un psicópata alcoholizado.
De la misma forma, quienes sienten nostalgia de la República la evocan sin mácula. Pero la República tiene sus calamidades y sus sargentos chusqueros, su Castilblanco y su Arnedo, su Casas Viejas y su revolución de Asturias. Incluso su proyecto totalitario. Y aún seguimos discutiendo si hubo pucherazo aquel 14 de abril.
Hoy se cumplen ochenta y cinco años de la proclamación de la República y ochenta y cinco años de la partida al exilio de Alfonso XIII. Es la historia repetida de España: cuando unos llegan, otros tienen que salir por la frontera. Y luego está esa insistencia en echarse los muertos a la cabeza. La Monarquía constitucional, con sus vicios, ha sido el ejemplo de que aquí cabemos todos. La que logró que no hubiera que emigrar por razones políticas.
Ada Colau no conoció la República. Los padres de Ada Colau, tampoco. Ada Colau no conoció el franquismo. Quizás eso explica que tenga tan poco aprecio a nuestra Monarquía.
La alcaldesa se ha propuesto convertir a Barcelona en la capital de la tricolor. Ha preparado el mayor homenaje a la República desde la Guerra Civil. Puede que la veamos cuadrarse ante el Himno de Riego, por más que fuera Riego un niño de familia bien como esos que detesta, y por más que fuera militar, como los que despacha a patadas de dos en dos.
Colau, que ya ha retirado a los borbones de los despachos los borrará también del callejero. Con razón se indignó cuando Azúa la envió a servir pescado. Ella aspira a ser la Niña Bonita. Reina republicana. Pero también deliraba mi sargento en sus cogorzas.