El cadáver de Miguel de Cervantes cumple hoy 400 años. Los últimos 50 de ellos, Eugenio Suárez-Galbán ha estado enseñando a alumnos de numerosos países la obra principal de quien vistió ese cuerpo, que también es la principal de todas las obras literarias.
Por suerte, también me lo enseñó a mí hace 33 años. Sorprendentemente, yo, que no me acuerdo de casi nada, me acuerdo de casi todo lo relacionado con aquellos seis deliciosos meses persiguiendo a los personajes cervantinos.
Con Suárez-Galbán se podría reivindicar el arte de la maestría. El que tienen esos profesores que de verdad te alteran; esos que te cambian para siempre. Hay pocos, pero tropezarse con uno es como conocer al amor verdadero, con el estimulante adicional de que no habrá un divorcio quince años después (normalmente).
Decir que este académico conoce -aunque obviamente nunca lo haya visto en persona- al autor de El Quijote de La Mancha es decir muy poco. Que le tiene adoración sería más preciso. Si hubieran coincidido en sus andanzas terrenales, seguro que la devoción habría sido mutua.
Suárez-Galbán frecuenta a Cervantes desde que tiene uso de razón, y lo venera por las veces que lo ha leído; por las que lo ha enseñado; por las que lo ha soñado. Pocas veces un aprendiz –¿quién no lo es?– ha llegado a un grado de fusión tan trascendente con su maestro. También, con la materia objeto de estudio. Porque de lo que está hecho el Quijote es lo mismo que eso de lo que se compone la vida.
Cervantes inventó la novela moderna igual que Edison inventó la bombilla o Graham Bell el teléfono. Suárez-Galbán, quizá porque fue alumno aventajado del Ayala más exquisito, en Nueva York, pudo haber inventado otra manera de enseñar, una que hace pensar como no sabías que sabías; ésa que te hace crecer y aniquilar tus límites.
Este cervantista caribeño de Canarias, americano de Madrid, ha estudiado hasta la borrachera las claves más extraordinarias de la obra máxima y las vierte con escrupulosidad y tino en su Enseñanzas del Quijote para la vida moderna, que acaba de publicarse.
Leer a Cervantes ofrece el premio de hallar ideas definitivas para vivir mejor, si las sabes buscar. Hasta la felicidad habita, y lleva cuatro siglos, entre Sancho Panza y Dulcinea. Solo hay que acercarse y saborearla.
Afirma Suárez-Galbán que la gran dificultad existencial consiste en reconocer la realidad, que eso no sabemos hacerlo y que ese es, precisamente, el mayor mérito, o la gran instrucción, que se puede extraer de la lectura de El Quijote: es fácil ver gigantes si no sabes mirar.