Lo que podría haber sido un Año Cervantes digno de la conmemoración del cuadricentenario de la muerte del escritor ha resultado ser una gran decepción. Podemos afirmarlo ya sin temor a equivocarnos hoy, Día del Libro, fecha elegida en memoria de Cervantes y de Shakespeare, cuando ya se ha agotado una cuarta parte de este 2016 cervantino.
España tenía una oportunidad única de intensificar el conocimiento que de la vida y de la obra del autor del Quijote tienen sus compatriotas y, de puertas afuera, utilizar la efeméride como promoción del idioma español y de la patria del escritor. Para lo primero había motivos sobrados: según una encuesta del CIS realizada el verano pasado únicamente el 21% de los españoles ha leído El Quijote. Es un resultado muy pobre si tenemos en cuenta que estamos ante la obra cumbre de nuestra literatura y el libro más universal después de la Biblia. En lo referente a la difusión del acontecimiento, se ha perdido la ocasión de intensificar la figura de Cervantes y del Quijote como iconos de la marca España en el mundo.
Agenda raquítica
El cuarto centenario merecía un proyecto de envergadura que se plasmara en una potente actividad en universidades, institutos, museos y escenarios, como también en parques y calles, dentro y fuera de España. Sin embargo, la agenda oficial es tan raquítica que no resiste la comparación ni con las celebraciones organizadas con ocasión del tercer centenario, ni con el impulso que las autoridades del Reino Unido le están dando al cuadricentenario de Shakespeare.
En el homenaje a Cervantes de este miércoles en el Congreso pudimos comprobar el desinterés y el desconocimiento que hacia su figura existe entre algunas de nuestras autoridades. Ya no es que el acto en sí resultase ridículo, es que ni el ministro Íñigo Méndez de Vigo ni el presidente de la Comisión de Cultura del Parlamento, Toni Cantó, entre otros, acertaron a responder a preguntas elementales sobre la obra del autor.
Ahora bien, más preocupante aún que esa ignorancia son las explicaciones que dio el Ministerio de Cultura para justificar su apuesta por una celebración de perfil bajo. El secretario de Estado José María Lassalle aportó dos razones: que el Gobierno está en funciones y que una "fasta conmemoración" podría haber sido entendida como una "politización de la figura de Cervantes".
Gobierno acomplejado
La primera excusa no se sostiene. Los actos deberían estar cerrados ya desde 2015 y el calendario impreso, con actividades programadas desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre. Esa falta de previsión ha sido criticada con razón por los responsables del Instituto Cervantes y de la Real Academia Española.
Respecto de la "politización", sorprende que sea precisamente un gobierno conservador el que tema que le puedan acusar quizás de españolear por cumplir con su obligación. Es una actitud que demuestra los complejos del Gobierno del PP. Las comparaciones con el Reunido Unido, David Cameron y Shakespeare claman al cielo. El primer ministro británico fue el encargado de anunciar al mundo el inicio de los homenajes al dramaturgo, que incluyen actividades en 140 países. La BBC se ha volcado en la conmemoración.
A Cervantes, que no obtuvo la gloria en vida, que ha conseguido llevar el español y a España hasta el último rincón del planeta, su país le ha regateado el homenaje que merecía en este cuarto centenario. Un fracaso colectivo que habrá que esperar a corregir... ¿en 2116?