No he leído aún la biografía de Cervantes que ha escrito Jordi Gracia, pero me da mala espina una expresión que este le repite a Manuel Sollo en la entrevista de Biblioteca Pública: “su proyecto de vida”. Se refiere al zarandeado Cervantes. Como si Cervantes, en sus siglos XVI-XVII, hubiera tenido un “proyecto de vida” autoayudesco de los que se estilan en los siglos XX-XXI. Con algo así, entrañablemente proyectivo por parte de Jordi Gracia, a lo mejor habría llegado a catedrático. Como Jordi Gracia.
Pero está bien así. Con Cervantes todo está bien. Es verdad lo que se dice de que hoy Cervantes no ganaría el premio Cervantes, sino que lo ganaría Lope de Vega. Pero este es el verdadero homenaje que España le rinde a su autor: seguir siendo la misma España, para que la lectura de Cervantes siga teniendo sentido. Que nuestro ministro de Educación no sepa cómo se llama don Quijote en realidad resguarda al Quijote. Le deja al lector un espacio precioso, el de su lectura, libre de ministros de Educación (y de premios Cervantes).
Una vez resalté lo trágico de la biografía de Cervantes: un país triturando a un hombre para exprimirle el zumo, que resulta ser dulce. Lo trágico, en sentido vitalista, nietzscheano, es que lo uno va con lo otro; y lo bonito es justamente el resultado. En Las vidas de Miguel de Cervantes, Trapiello resalta otro aspecto de lo mismo: “No estamos sosteniendo que Cervantes fuese escritor porque fue pobre, sino que la pobreza le ayudó a serlo. Lo fue a pesar de todo, pese, incluso, al propio Cervantes, al que vemos a menudo, como uno de aquellos profetas de Israel, huir de la Palabra”.
Ahora que se ha despedido a Cervantes hasta su próximo gran aniversario, que será el del medio milenio de su nacimiento, en 2047, sugiero como homenaje pasado, además de la lectura de sus obras, la audición de las cuatro conferencias del profesor Márquez Villanueva en la Fundación Juan March: joyas cervantinas en contenido y tono. Cuando me las puse hace unos años, no pude sino releer el Quijote. Y lo que se me quedó fue un momento menor del que no me acordaba, en el que Cervantes le hace hacer a su personaje el payasete.
Para que Sancho pueda jurar que ha dejado loco en Sierra Morena a don Quijote, este le brinda un espectaculito: “Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales, y luego, sin más ni más, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante, y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco”. Esta es la gracia con que se ha mantenido vivo, en todos los aniversarios.