Visto por estos ojos que la tierra ha de tragarse, oído por estas orejitas que serán humus (yo preferiría arder en heroica pira, pero si en vida ya no te dejan hacer lo que tú quieres, imagínate después…), pues eso, que yo estaba delante cuando Mariano Rajoy lo dijo. Que él no tenía –ni tiene– ni idea de que bajo el gobierno que él preside, a los escritores jubilados les quitan la pensión como se les ocurra ingresar más de 9.000 euros al año en concepto de derechos de autor. Vamos, que tienen que elegir entre cobrar la pensión y escribir. O entre la pensión y publicar. O cobrar por ello.
Es esta una medida muy polémica que al parecer no se le ocurrió a nadie del PP (la persona que delante de mí le pidió cuentas a Rajoy subrayó que proviene de la era ZP…), pero que el PP no sólo no ha derogado, sino que ha aplicado con particular ahínco. Ya conocen ustedes a Fumanchú Montoro.
Conviene explicar el tema despacio porque de lo contrario es fácil que la gente confunda a los escritores con controladores aéreos celosos de su pasta gansa. Error. Hace tiempo que, en este país, escribir es llorar. Tanto es así que vivir, lo que se dice vivir, de la literatura aquí no vive nadie. Que la olla se llena a base de periodismo, conferencias, docencia, fregar escaleras, visitas guiadas a la Casa de Campo…etc.
Con lo cual el escritor, cuando se jubila, no se suele jubilar de la escritura. Se jubila de cualquier otra cosa. De cualquier otra actividad, por la cual lo mismo ha cotizado como una cabra macho de buen tamaño durante décadas y décadas. Décadas y décadas y décadas a través de las cuales los derechos de autor de sus obras, cuando los ha habido y cuando no había que recurrir a la física cuántica para detectarlos (no olvidemos que Hacienda ya se lleva lo suyo de cualquier premio literario medio decente…), eran más un aguinaldo que un sobresueldo. Vamos a decirlo claro: de best-sellerazo (que eran media docena, y ya son tres) para abajo, escribir es echarse encima una segunda, tercera o cuarta jornada laboral, añadida a la que te da de comer, a cuidar de tu familia, etc, etc, etc…
Hay que tener mucha mala idea y mucha mala baba para meter al escritor jubilado en el mismo saco excotizante que, pongamos, un abogado, un médico o un maestro que no escriben. Cuyos ingresos menguan sensiblemente con la jubilación, pero su actividad también. El escritor, no. Nunca le pagaron Seguridad Social por los libros. Se la ganó con cualquier otro sudor de su frente, y no hay derecho a que se la quiten con la excusa de que si cobra derechos de autor por otro lado, ya no la necesita… ¿qué será la próxima genialidad, quitarle media pensión a los que tengan un plan de jubilación privado, porque los que no lo tienen lo “necesitan más”?
La jubilación, como su propio nombre indica, debería poner freno y coto a esas actividades regladas y protegidas por el Estado como no lo ha estado nunca la escritura, que abandona al escritor a su suerte a lo largo de toda su vida hábil. O mejor, ya coge carrerilla y se lanza directamente a perseguirle. A intentar cazarle como el gato Tom al ratón Jerry.
¿De verdad nos podemos permitir condenar al silencio literario a la gente de por aquí que sabe hacer la o con un canuto? O, peor aún, ir años después con nocturnidad y con la factura, reclamando devoluciones alucinantes que a más de uno y más de dos le han vuelto homeless de la mañana a la noche… De verdad que se han visto cuadros de desdicha dignos de La familia de Pascual Duarte que no contamos aquí por pudor…
Pero lo peor, insisto, no es que estemos o no estemos de acuerdo. Es que el presidente del Gobierno no se había enterado de nada. Mira que han salido artículos, tribunas, manifiestos. Mira que se ha razonado, protestado, pataleado. Pues nada, Rajoy, in albis. Y sepan que así seguirá, porque, en cuanto en sus ojos pareció a punto de formarse una chispa de curiosidad y de interés, la persona de confianza que tenía al lado va y le musita al oído: “Nada, es lo de siempre, igual que en todas las demás profesiones…”. Mentira. Pero la ventana de oportunidad ya se había cerrado. Él ya estaba en otra cosa.
Eso, señores, es el poder. Así funciona. Así nos va.