En este período preelectoral tan trascendente en el que se juega buena parte del futuro del país el ganador es, sin duda, Iglesias. De entre las escasas oportunidades que han tenido, y todavía tienen, los cuatro líderes de los grandes partidos para sorprendernos y seducirnos en este larguísimo período, solo Pablo ha aprovechado las suyas y ha logrado tomar una ventaja que puede resultar decisiva.
Con su destreza habitual, ésa que caracteriza a Podemos, ha sido capaz de engullir sin esfuerzo a Alberto Garzón, el político más valorado, y logra así apropiarse de la única pieza sugerente que existía en el panorama de posibles ofertas electorales. Con su maniobra, Podemos amplía el atractivo de su oferta política a numerosos votantes potenciales y conquista, gracias a su perspicaz asociación con IU, la hegemonía de la izquierda.
El que dirija la estrategia de Podemos debería recibir condecoraciones semanales. Y es que por mucho que sus mandos critiquen el funcionamiento del mercado y sus modos capitalistas, la formación morada es en realidad una máquina de hacer marketing inteligente. De hecho, su brillante comunicación explica una parte de su éxito. Será populismo, pero vender, vende.
Este último fin de semana los dos líderes morados han acaparado gran parte del interés informativo: mientras Pablo recitaba sus mantras con habilidad a Marhuenda para La Razón –sí, a La Razón-, Errejón aparecía con su cara de bueno y su talante moderado -¿moderado?- seduciendo a Javi Gómez, que lo llevó a la portada de Papel, de El Mundo. Iglesias y Errejón se pasaron el aniversario del 15-M hechizando periodistas y absorbiendo atención y votos en territorio hipotéticamente hostil o, al menos, ajeno.
Del mismo modo que Unidos Podemos –hábiles hasta en el nombre- continúa subiendo en intención de voto en parte gracias a su estrategia comunicativa, la decepcionante y tediosa comunicación de los demás explica, también en parte, su escasa capacidad para encandilar a nuevos votantes.
A Sánchez se le convirtió su sueño de la investidura en una pesadilla, y ya le cuesta venderse hasta en su propia casa. Más aún cuando en su partido todos ven que sus posibilidades en los comicios del 26-J, lejos de crecer, menguan.
Al liderazgo de Rajoy también le aumenta, aunque no oficialmente, la contestación interna. Aunque la polarización le esté suponiendo algunos votos, su inmovilismo también le está pasando factura.
Albert Rivera fue el único de los cuatro políticos que arriesgó en los meses de las investiduras fallidas. Reprendió a los de su derecha, demasiado cercanos a la corrupción, y sedujo a los de la izquierda, esperando que ocurriera algo hermoso e improbable. Quizá fue ingenuo. En todo caso, el riesgo no siempre viene recompensado, como el político catalán ya está advirtiendo.
Iglesias, con Garzón engullido, encara la recta final de este tramo preelectoral con ventaja; una que, quizá, acabe resultando concluyente.