Montalbano se extingue. El comisario de Andrea Camilleri se diluye pero no su universo siciliano, su Vigata imaginaria, sus personajes irremediables, sus historias a fuego lento. Una voz en la noche (Salamandra) es la antepenúltima historia de esas que arrancan al amanecer –en esta ocasión el día que el protagonista celebra su cincuenta y ocho cumpleaños con la depresión que esto conlleva– y concluye doscientas y pico páginas después en la terraza de su casa de Marinella zampándose el comisario unas berenjenas a la parmesana.
Montalbano se va despidiendo poco a poco y lo hace con la contundencia de los grandes. Más cínico que nunca, tan ético como siempre. El capricho editorial ha querido que esta novela, sin duda la más política de la pareja Camilleri&Montalbano, escrita a finales de 2008, no se publicara en Italia hasta 2012 y en España hasta nuestros días. Pero la podredumbre que desprenden sus páginas hay que buscarla en la corrupta Italia berlusconiana de los días que fue escrita. Una Italia ante la que se planta nuestro comisario, que ya vislumbra la jubilación con una clara sensación de derrota personal y profesional, con el hastío que provoca el cansancio, la injusticia permanente, las víctimas inocentes y los culpables que sobreviven al amparo de la Ley.
Montalbano se encuentra de pronto con un misterioso robo en un supermercado controlado por la mafia, con un suicidio que no lo es y con unos cuantos asesinatos a sangre fría para completar el daguerrotipo real de una historia que marca un antes y un después en las relaciones entre el policía y el entorno oficial que le rodea. Rápidamente se da cuenta el comisario que esta vez no va a poder jugar con las reglas habituales. Y también se da cuenta Camilleri que tampoco él podrá esta vez tratar a la mafia como lo ha hecho habitualmente en el universo tan imaginario como real de Vigata. Esta vez no va a ser una mafia que está sin estar, que se diluye en la cotidianidad, que ni tan siquiera parece excesivamente violenta, que todo lo empapa, que narcotiza, que domina sin ostentaciones. En Una voz en la noche la mafia está, no pierde el tiempo diluyéndose en lo cotidiano, es excesivamente violenta y lo domina todo haciendo clara ostentación de ello y para que todo el mundo sepa quién manda de verdad.
Montalbano tiene que ser, más que nunca, exprimiendo las palabras del propio Camilleri, ese policía que además de encontrar al asesino hallará la verdad situándose siempre mucho más cerca de la Justicia que de la propia Ley. Y para hacer pagar a los culpables deberá saltarse esa Ley que él ya no respeta. El comisario mentirá, manipulará y chantajeará sin remordimiento alguno. Y todo para que al final los culpables acaben pagando sus graves pecados sin necesidad de que ninguno de ellos acabe en prisión.
Montalbano está harto de la connivencia entre políticos, jefes policiales y la mafia y se aprecia en él un aire de venganza contra la basura que le rodea. Con la inestimable ayuda de Mimí Augello, Fazio y Catarella se ríe de todos ellos haciéndoles quedar como lo que realmente son, arrastrándolos al extremo del ridículo, vistiéndoles de miserables y cobardes. El comisario tampoco deja en muy buena lugar a la prensa italiana, a esa prensa que bajo el mandato de Berlusconi –salvo honrosas excepciones– manipulaba y dominaba a su antojo el entonces primer ministro. “A los italianos –dice el protagonista en la novela, hablando sin duda por boca de su creador– no les gusta escuchar voces libres, las verdades son un estorbo para su cerebro en somnolencia perenne, prefieren las voces que no dan la tabarra, que les confirma la pertenencia al rebaño”.
Montalbano, que nació en 1994 a la edad de 43 años en La forma del agua, se nos acaba. Una voz en la noche es el vigésimo libro de los de doscientas y pico páginas; el 21 si contamos el que escribió a medias con Carlo Lucarelli; y el 25 si sumamos los cuatro de relatos cortos publicados hasta el momento. Ya sólo quedan dos aventuras del hijo de Camilleri: Un nido de víboras y Riccardino. La primera ya ha sido publicada en Italia, y próximamente lo hará en España, y la última sólo verá la luz tras la muerte del escritor.
Salvo Montalbano se va y ya antes de que desaparezca para siempre le estamos echando de menos. Un personaje así no debería irse jamás, debería ser el referente ético y moral permanente de esos mundos que nos dice que no existen pero que son tan reales como todos sus protagonistas imaginarios.