Doce tormentas para doce años de matrimonio. ¿Y un rayo de sol?
1. Cuando en mayo marcea... Sí, el abuelo Paco, Francisco Rocasolano, era muy dado a los refranes. No es descabellado suponer cuál se le vendría a la cabeza al observar cómo amaneció aquel 22 de mayo de 2004, día de la boda de su nieta. ¿Cuántas veces se habría referido al dicho popular “Cuando en marzo mayea, en mayo marcea” al subir a un pasajero en el taxi en una jornada imposible de conducir en la ciudad? Y desde Julio César se sabe bien que marzo, con sus idus y sus odios, no es mes de felices presagios.
El día de la boda del príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, con la periodista Letizia Ortiz no llovió sobre Madrid, jarreó. Solo la templanza del novio consiguió aplacar el carácter tempestuoso de la novia, enfundada en su vestido de Manuel Pertegaz, con su cola de 4,5 metros de larga, festoneada con blasones de la familia de él, y elegantemente rematada ella con una tiara de la reina doña Sofía, también de la familia de él. No había espacio para dudar del signo familiar imperante que presidiría la nueva vida de la 'ex' periodista. El abuelo Rocasolano pensó en el refrán, escrito por Verlaine de otra manera: “Llora mi corazón / Como llueve en la ciudad / ¿Qué languidez es esta / Que invade mi corazón?”. El mal augurio era el mismo.
2. La decepción de Felipe. En las relaciones en pareja siempre pasa. Las gracias primeras se convierten en gracietas y acaban siendo insoportables. Les pasó a doña Letizia, que se le vino el palacio encima, y a don Felipe, a quien tanta espontaneidad marital, una de las razones de su enamoramiento, le desestructuraba a veces. Amigos, sobre todo amigas, comenzaron a escuchar pronto de Letizia que no aguantaba tanto protocolo. Ahí comenzaron las desavenencias tempranas, amortiguadas por la inconmensurable capacidad de dominio del esposo. Que la futura reina de España rompiera el protocolo en la boda del llamado príncipe Nicolás de Grecia, en agosto de 2010, cuando se levantó en mitad de la cena para sentarse al lado de su marido, era asumible. Que se quejara, en un acto oficial, del daño que la hacían los zapatos, también. Incluso que comiera pipas en la calle con su guardaespaldas. Pero eso de salir con sus amigas cuando ella quisiera, donde quisiera y volviera a la hora que ella quisiera, sin el menor asomo protocolario, era inadmisible.
3. Choque con don Juan Carlos. La mayor tormenta en palacio se produjo en el año 13 (2013), aunque no fuera martes. Entre el todavía rey don Juan Carlos I con los Príncipes de Asturias, debido al comportamiento heterodoxo de doña Letizia. Según ha sabido este preguntón, hubo dos reuniones críticas y decisivas en días diferentes de ese año. Marcarían el sino del matrimonio Borbón-Ortiz. Don Juan Carlos, aún con ímpetu pese a sus problemas físicos, planteó crystal clear a los Príncipes de Asturias que así no podían seguir al poner en peligro la institución.
Apareció la palabra tabú: divorcio. Y con todas sus consecuencias, que en este caso era cumplir hasta la última coma de las capitulaciones firmadas por doña Letizia antes de casarse. En caso de divorcio, la madre renunciaría a los hijos si los hubiera, porque el primero reinaría en España. En una de estas reuniones doña Letizia, según fuentes solventes, levantó la voz a don Juan Carlos, como nunca le había sucedido a éste.
A doña Letizia no le importaba perder todo, pero jamás renunciar a su hijas, lo que más amaba y ama en el mundo. “Así la hemos aplacado y tranquilizado”, confesó semanas después don Juan Carlos a un amigo. Y el matrimonio continuó hasta convertirse en reyes en junio de 2014, cada uno interpretando su papel.
4. Otra ruptura en palacio. La tormenta del día de la boda se transformó en tsunami en las familias Borbón Grecia y Ortiz Rocasolano. La boda del heredero inició el progresivo enfriamiento de él con sus hermanas, como pasa hasta en las mejores familias. Con la infanta Elena, tan unida a don Juan Carlos, no había empatía. Con Cristina, la ruptura fue total al estallar el caso Nóos.
Y esto afectó a las relaciones casi maternales de Letizia con su suegra. La entonces princesa de Asturias interpretó que el apoyo público de doña Sofía al matrimonio Urdangarin erosionaba el papel de don Felipe y, por ende, de su hija y heredera doña Leonor. Hasta el punto que, según publicó la periodista Pilar Eyre, doña Sofía se quejó a una prima alemana de las dificultades para ver a sus nietas Leonor y Sofía. Cuando Felipe de Orleans, tutor de Luis XV, vendió la mitad de los caballos de la cuadra del rey, Voltaire escribió: “Mejor hubiera sido vender la mitad de los asnos de dos patas que el monarca había heredado”. Eso ha pensado doña Letizia de la familia de su marido.
5. El ex marido leal. Paradojas de la vida: Zarzuela entraba en estado de pánico al pensar qué podía soltar el primer marido de ella, Alonso Guerrero. Doce años después, el profesor de Literatura ni provocó tormenta alguna ni lluvia. En términos de estabilidad, Guerrero, republicano, ha sido el más leal ciudadano para la institución monárquica. Renunció con su silencio a cientos de miles de euros y a vender libros con la publicidad. Su mayor atrevimiento ha sido el título de su última novela, Un palco sobre la nada, en el que Letizia y Felipe se han debido de sentir a veces.
6. El primo infiel. David Rocasolana se convirtió en 2013, año en que cayeron truenos y rayos sobre Palacio, en atroz pesadilla. Forma parte del big bang habido en ambas familias en estos 12 años. El libro Adiós, Princesa, firmado por David, fue como un rayo lanzado por Júpiter contra los mortales: la pareja y la monarquía. No es difícil colegir por qué fue llamada a capítulo doña Letizia en 2013, con la amenaza de divorcio. El libro revelaba el aborto de la hoy reina, supuestamente cometido poco antes del anuncio de compromiso con don Felipe en aquel lejano noviembre de 2003. El abogado Rocasolano desaconsejó a su prima la firma del documento de cinco folios con las capitulaciones
7. El diluvio Erika. A falta de la lectura de los diarios que doña Letizia escribe con su meticuloso perfeccionismo, puede afirmarse que el carácter de la reina y, por efecto simpatía, del hoy rey, se vio alterado indeleblemente por el suicidio de Erika Ortiz Rocasolano en febrero de 2007. Tenía 31 años. ¿Hasta qué punto no ha influido mi decisión matrimonial en la muerte de mi hermana?, se preguntó. Y acto seguido culpó a los periodistas de la presión fratricida. Los directores de periódicos recibían llamadas desde Zarzuela no para tratar bien a don Juan Carlos o don Felipe sino para no tratar las desventuras de la otra familia más real, la de los Ortiz Rocasolano.
8. Y encima, el cuñado. Jaime del Burgo, íntimo amigo de doña Letizia, acabó siendo, además de marido de la hermana, Telma, la tormenta perfecta sobre la pareja real. Lo sabía todo de doña Letizia, a la que conoció antes que don Felipe. Además, le gustaba escribir mensajes a través del teléfono, otra de las debilidades de la esposa regia. Otro quebradero de cabeza para la corona. Jaime del Burgo también desaconsejó a doña Letizia firmar las capitulaciones matrimoniales, anímica espada de Damocles sobre la libertad de la reina.
9. Reafirmación de la personalidad. Los reyes han visitado esta semana el corazón de La Mancha. Plinio, el policía de Tomelloso creado por el escritor García Pavón, con sabiduría manchega habría reconvenido a la reina por desatención. Así como sucedió en la visita a Zacatecas (México), doña Letizia iba a su aire, lo cual, más allá de la educación, forma parte de su proceso de reafirmación personal constante, mal que pese al mismo rey. La profusa lluvia que suponen estas actuaciones acaba erosionando el terreno matrimonial, como bien se sabe en la fértil Mancha.
10. Un detalle facial. Quevedo, que murió en Villanueva de los Infantes, otro pueblo manchego visitado por la reyes, no creía en la ciencia de las arrugas. Quitárselas dicen más que tenerlas. En el caso de doña Letizia, que haya pasado por el quirófano (nariz y mentón) y sus visitas a clínicas dermatológicas forman parte también de la reafirmación de su personalidad. Lo hace por ella, no por don Felipe, con una asiduidad mal vista en Palacio y que, a buen seguro, no comparte su marido. Las técnicas de rejuvenecimiento crean tanta adición como para algunos ser cortesanos en la Corte.
11. Mi reino por unas amigas. Conocidas como las “escuderas de doña Letizia”, han actuado como soporte de la reina y de espita para sus tensiones. Si no hubiera sido por ellas, es muy probable que doña Letizia no hubiera aguantado la olla de presión en que se convirtió su vida, y con la de ella, la de don Felipe. De la lista está a punto de caer una, Almudena Bermejo, casada con Fernando Peña, creador de sociedades evasivas en Panamá. Las amigas han sido como un claro para Letizia y una nube, a veces, para el marido.
12. ¡Ay, los amigos! Hablar de amigos es un asunto vidrioso en casa. Porque, "a ver, ¿cómo llegó Javier López Madrid a la vida de la pareja? ¿A través de quién? De ti, Felipe, era tu amigo", podría decir la reina. "Sí, pero yo no le escribí ese SMS tan estúpido con aquel sabemos quiénes somos y con esa despedida antológica de compiyogui", podía contestar el marido. A aquel López Madrid, ex amigo, acusado de uso fraudulento de las tarjetas black de Bankia y de mantener relaciones intimiditorias con una ginecóloga. Un SMS adornado con un merde dedicado al suplemento LOC, siempre tan molesto. Mejor no hablar de amigos ni de periódicos, pensarán el rey y la reina ex periodista.
Y 13. Siempre que llueve, escampa. En el acervo popular, esta es una frase estoica muy común. También lo era, pues, para Francisco Rocasolano, el abuelo querido. En estos doce años tempestuosos para don Felipe y doña Letizia, cuya relación comenzó como un cuento de príncipes y princesas y acabó siendo de reyes, el pragmatismo de ambos salvó a la pareja del naufragio. Desde el primer día, se les divorció. Pero ahí siguen. ¿Y así seguirán otros 12 años? Muy profesionales, amantes de sus hijas y de su futuro, saben que la frágil nave monárquica difícilmente aguantaría un naufragio matrimonial. Lo cierto es que cuanto más hundidos parecen los actores reales, se van al cine y renacen como el ave fénix de sus cenizas.