Imaginen una memoria sin aditivos, sin el velo de nostalgia que convierte la vida en una experiencia soportable. Hay una señora, Jill Price, que es incapaz de olvidar. Su historia la descubrí gracias a un artículo de América Valenzuela en El Mundo. La memoria de Jill Price lo conserva casi todo, como la de aquel Funes el Memorioso del cuento de Borges: “Mi memoria, señor, es vaciadero de basuras”.
Padece un trastorno llamado hipertimesia. La tragedia es que su mente no selecciona y descarta de entre lo vivido sino que mantiene intacta la decepción, la humillación, el ridículo, la ofensa, el dolor. Usted podrá alegar que a cambio en la memoria de la señora Price también permanecen indelebles el placer o la felicidad. Pero de eso ya se encarga cualquier memoria vulgar. De hecho, cualquier memoria vulgar, piense amigo lector en aquel verano, refuerza estas sensaciones triunfales. Podemos estar seguros de que en realidad, entonces, no éramos tan felices como recordamos. “Aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba”, en fin, aquel esplendor no era tal. La felicidad, la pura felicidad siempre es un recuerdo.
En su libro La mujer que no puede olvidar Jill Price escribió: "Sé muy bien lo tirana que puede ser la memoria (…) Digamos que no puedo escapar del ayer, que vivo en una constante e imparable sucesión de ayeres desfilando furiosamente por mi memoria”.
Un trauma es un choque emocional que somos incapaces de superar y que no nos abandona, la visita inesperada e indeseada de un recuerdo desgraciado. Jill Price vive asediada por los recuerdos indeseados. Cada palabra, cada aroma, cada luz hace que su memoria rescate una película de su vida y la reproduzca con una dolorosa precisión. Vive atrapada en un árbol espeso de experiencias pasadas, con millones de referencias que se conservan exactas.
Funes resolvió el asunto recluyéndose en un cuarto a oscuras y planeando proyectos imposibles para clasificar cada uno de sus recuerdos. Las ficciones, como demuestra nuestra memoria vulgar, lo hacen todo más fácil. “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”, decía.
Lo de Jill Price es una pesadilla. Como aquella temporada infernal de Joan Didion. En El año del pensamiento mágico la periodista cuenta que la muerte de su marido le obligó a trazar un mapa alternativo de Los Angeles para evitar toparse con cualquier cosa que le llevase a él. Y durante todo el día permanecía vigilante y aun así era imposible que en algún momento no le traicionase la memoria y le transportase a algún momento dolorosamente feliz de su vida juntos. El efecto torbellino. Uno empieza mirando con curiosidad una mancha en la pared y la cabeza va saltando de recuerdo en recuerdo hasta llegar a una isla en medio del Pacífico con tu marido vivo, tu hija de tres años sana como un roble y… maldita sea. El cerebro de Didion encontró la manera de sacarle de aquel laberinto de vivencias.
Quizás no sea lo más apropiado que pueda escribirse en un periódico pero hay engaños muy necesarios.