Nos quedaba la palabra [Blas de Otero]. Como lúcido consuelo. Pero ya ni eso. Que se lo digan, si no, al poeta Neorrabioso. Un tipo que empuña botes de espray de sangrantes regueros con los que redecora las tediosas paredes y los contenedores de basura de un Madrid donde todo parece arrancar cada jornada en modo alucinante/alucinado. Enemigo público número 1 de la era banksyana que, como un alocado juglar del grafiterío fino, enhebra versos del tipo “Reniego de los humanos: solicito un pasaporte de pájaro”. Acumula en su mochila, mientras tanto, los recibís de las incontables denuncias municipales que hacen de él un François Villon en clave ‘reseteamuros’.
O que traten de explicárselo, en su lugar, a Belén Lobeto, la joven madrileña que acaba de ser multada [600 euros], en aplicación del artículo 37.4 de la Ley Mordaza, que contempla como infracción las faltas de respeto a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, por llevar un bolso con la cara de un gato y las siglas A.C.A.B. [‘All Cats Are Beautiful’]. Ocurre cerca del Calderón; en una final de Copa del Rey que acaba hasta arriba de ‘esteladas’ rotas.
O que intenten razonárselo, así, por las buenas, al activista indignado que irrumpe, al colérico grito de “¡Sois la mafia!”, a escasos metros del lugar donde Rajoy y sus compinches posan, ajenos al resto de la esfera terrestre, para la foto de familia del PP. De cuando en cuando es necesario concederle vacaciones a las buenas maneras. Por eso se lo llevan. En volandas. Porque no quieren escuchar palabras que suenan a paletada de entierro, a remordimientos de los que duelen por los costados en los píxeles de Instagram.
Esa instantánea preelectoral es todo un barómetro en el que puede leerse la verdad, sin veladuras, de sus sonrisas: no están acostumbradas a pedir perdón ni a retractarse cuando se equivocan; falsas sonrisas, de las que exhiben su autosuficiencia a sabiendas de que el orgullo herido es la única excusa que queda a los golfos apandadores de las cajas b y las tarjetas black.
Sonrisas cansadas de mantenerse en completa discrepancia con el resto de ciudadanos, como si la España de hoy estuviera compuesta por millares de vociferantes enemigos a los que temiesen desagraviar tras dimitir en masa antes de abalanzarse, a codazo limpio, sobre las puertas giratorias del vertedero. Nos quedaba la palabra. La misma que ahora quieren borrar. Esclarecedor aliento. Salvavidas inflable. E inflamable. Pero ya ni eso.