A lo largo del tiempo, mis metodologías de trabajo han ido evolucionando de manera notable. Para mí, cambiar de herramientas, más que una molestia, supone un incentivo: a base de imponerme esos cambios cada cierto tiempo a medida que veo aplicaciones o filosofías de trabajo que me llaman la atención, he llegado a un punto en que esos cambios me incentivan, me generan curiosidad, me llevan a profundizar rápidamente buscando cómo rehacer mis pautas de trabajo o encajar mis necesidades en esos nuevos entornos.
Cuando lo pienso, llevo escribiendo en una pantalla desde hace más de treinta años. Durante mi carrera, tomaba apuntes en papel porque no había otra manera de hacerlo (los dispositivos no eran “precisamente” portátiles), pero todo trabajo mínimamente creativo lo desarrollaba en el ordenador. Componer textos, cambiarlos sobre la marcha, hacer y deshacer frases o construir estructuras dejó rápidamente de ser algo que yo pudiese hacer sobre un papel y con un bolígrafo. De hecho, mi caligrafía es un desastre -cosa que, por otro lado, a estas alturas, me preocupa entre poco y nada: simplemente no escribo, llevo un bolígrafo por si necesito garabatear algo rápido o firmar.
Llegó un momento en que el uso del papel me empezó a resultar incómodo, un obstáculo para reutilizar información, como “fosilizarla”. Para mí, la forma natural de trabajar es en un medio electrónico, y preferentemente, en un espacio que asegure que la preservación de lo que escribo no dependerá de que me pueda olvidar mi dispositivo en algún sitio, me lo puedan robar o se pueda estropear. Si además implica a otras personas, lo que me sale naturalmente es un documento compartido en red, nunca un fichero adjunto a un correo electrónico: veo los ficheros adjuntos completamente como algo del pasado, sin ninguna ventaja y llenos de inconvenientes.
¿Cómo se trabaja en su compañía? ¿Siguen enviándose patéticos papelitos en sobres de correo interno? ¿Por qué? ¿Que maldito interés puede tener, en pleno 2016, depositar información en pedazos de árbol muerto y almacenarlos en un fichero físico? ¿“No, es que siempre se ha hecho así”? ¿“Que dice el abogado que hay que almacenar copias firmadas?”
¿Se ha parado a pensar que la firma física es, de todas las opciones disponibles, una de las más absurdas hoy en día desde el punto de vista de seguridad, por mucho que diga la costumbre? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la forma de hacer las cosas “de toda la vida” evolucione a métodos más razonables y adaptados a los tiempos? ¿Cuántos años más va a pasar su compañía atrapada en el pasado?